
Jue 26.11.2015 BUE
26.7°C

PSICOLOGIA › LA
EXTERNACION DE HOSPITALES PSIQUIATRICOS
Salir del manicomio
Una investigación del CELS, junto con
otros organismos de derechos humanos, reconoce logros en la externación de los
hospitales psiquiátricos, pero también advierte sobre la persistencia de la
violencia institucional y sobre el riesgo de que ella se reproduzca en los
dispositivos diseñados para la salida del manicomio.
› Por el Centro de Estudios Legales y Sociales
(CELS) *
En instituciones manicomiales, los
entrevistados para esta investigación reportaron que los golpes y el maltrato
verbal son prácticas frecuentes, tanto sobre los internos, por parte de
operadores de salud, como entre los internos mismos. También hubo testimonios
de violencia ejercida a modo de castigo. Un hombre refirió haber sido llevado a
la terraza de un hospital psiquiátrico y dejado allí durante toda la noche. Una
mujer describió cómo una enfermera la había obligado a reingerir su propio
vómito ante su negativa a tragar la medicación. Algunos entrevistados percibían
que si no habían sido maltratados era porque “tuve suerte”. Un hombre comentó
que nunca le pegaron ni recibió maltrato verbal porque “siempre fui dócil”. Aun
cuando no se lo padezca físicamente, ser testigo constante de este tipo de
prácticas hacia otros compañeros tiene profundas y lesivas consecuencias en la
subjetividad. Conocer y callar sobre tales abusos se manifiesta muchas veces en
ansiedad y miedo. Algunos entrevistados reportaron la sobremedicación como
práctica habitual de castigo y control.
La modalidad de atención despersonalizada
afecta a todos: si una persona, en un determinado momento, no puede usar
tenedores o cuchillos, la atención debería ayudarlo en su situación particular
y no hacer que él y todos los demás coman sus alimentos con cuchara. Otra
dinámica del psiquiátrico, particularmente lesiva, es la actitud de los equipos
técnicos en cuanto a dialogar y recibir las opiniones de las personas
internadas. Cuando determinadas prácticas y medidas son cuestionadas, los
profesionales las justifican con argumentos pseudotécnicos, que por lo general
desestiman las opiniones, pedidos y reclamos de las personas que padecen las
prácticas y de sus allegados. La naturalización de la lógica manicomial en la
atención en salud mental (dentro del hospital monovalente o afuera) implica la
subestimación de la voz de los usuarios. La situación de la Sección Asociada
de Psiquiatría del Hospital Alejandro Korn (“Melchor Romero”) de la ciudad de La Plata dio lugar a una serie
de acciones judiciales en respuesta a la gravedad de los hechos constatados. En
conjunto con el colectivo Desheredados de la Razón , conformado por trabajadores y voluntarios
del hospital, el CELS interpuso una acción de amparo.
El reconocimiento del derecho a la
privacidad es piedra fundamental del respeto a la autonomía y la dignidad de
las personas. El modelo de atención manicomial en hospitales, pero también en
otros dispositivos residenciales, no suele contemplar espacios para resguardar
la privacidad. El sujeto no puede registrar nada como singular y propio, y
suele verse expuesto a la mirada de otros en momentos privados como bañarse,
cambiarse de ropa, dormir. Es común que las personas institucionalizadas no
cuenten con espacios adecuados para resguardar sus escasas pertenencias, por lo
que es frecuente que les sean hurtadas. Las dificultades para tener
pertenencias obedece tanto a motivos económicos como a políticas
institucionales, medidas pensadas para “proteger” a las personas internadas,
lógica que se extiende incluso al control estricto sobre las pequeñas
cantidades de dinero a las que pueden acceder. Al ser internadas, muchas
personas son despojadas de efectos personales básicos, como el documento de identidad
y el reloj, dos marcas fuertes de despersonalización, desorientación y
apartamiento de los códigos compartidos con la comunidad. Aun en los
dispositivos de externación, en ocasiones el personal hospitalario conserva la
administración de documentos y credenciales.
El dispositivo de externación en ningún
caso debería reproducir esas dinámicas, sino ayudar a la reparación de sus
consecuencias físicas y subjetivas. Pero en la mayoría de los dispositivos de
externación se observó una ausencia generalizada de espacios adecuados para
compartir tiempo en privado con otra persona, lo que por demás implica la
negación del derecho a la intimidad, con exclusión de la posibilidad de
contactos íntimos, afectivos y/o sexuales.
En contraste con los hospitales, talleres,
centros de día y otros dispositivos, generalmente despersonalizados, en algunas
residencias de dispositivos de externación se pudo observar que las personas
alojadas las habitan como verdaderos hogares. Los usuarios que viven en estas
residencias muestran diferentes formas de apropiación subjetiva y legítima de
las casas, que se reflejan en la satisfacción que les producen las actividades
hogareñas como limpiar, elegir la pintura de las paredes, colgar fotografías y
afiches y mantener las plantas del jardín. Estas actividades cotidianas
elementales resultan del todo novedosas para usuarios que han pasado períodos
muy largos o su vida entera en instituciones psiquiátricas. Tras vivir
cincuenta años internado en un hospital psiquiátrico, un entrevistado comentó:
“Me conocen en el barrio, me ocupo de la limpieza, tareas domésticas, y estoy
más tranquilo que en el hospital. Desde que me mandaron a este lugar no me
quiero mover más. Me gustaría estar para siempre”.
Sin embargo, ciertos dispositivos de externación
continúan las lógicas del pabellón psiquiátrico. En los hogares
psicogeriátricos de Mendoza, a los que el hospital deriva personas largamente
internadas, continúa el aislamiento de la comunidad, la falta de intimidad y de
un abordaje singularizado.
En algunos dispositivos residenciales
conviven hasta seis personas por habitación y en muchos casos ni siquiera
registran con claridad con cuántos compañeros cohabitan. La gestión del espacio
viene dada por una figura de autoridad, por lo general empleada por el hospital
psiquiátrico; otros dispositivos cuentan con presencia permanente de enfermeros
en un rol similar al hospitalario. Si bien es necesario contar con las personas
adecuadas para brindar los tipos de apoyo que necesiten quienes habitan en un dispositivo
residencial, es necesario problematizar un esquema de abordaje que se asemeja a
la internación en el manicomio. En el Centro Basaglia en La Plata se evidenció la
asignación de un funcionario policial para la custodia del centro, que suele
estar vestido de civil, controla las entradas y salidas y se suma a tareas
cotidianas del centro como acompañar a los usuarios en las visitas a sus
allegados. Este tipo de prácticas da cuenta de la facilidad con la que se
generan dispositivos similares a centros de reclusión, antes que una casa
tendiente a la inclusión en comunidad.
Familias
En el proceso de externación, los usuarios
enfrentan barreras para recuperar los lazos con la familia y los seres
queridos. Ante una posible “alta”, las familias se ven abrumadas por la idea de
que todos los cuidados de la persona externada quedarán a su cargo, dada la
debilidad o ausencia de políticas de seguridad social y de vivienda adecuadas.
Esto decanta en situaciones conflictivas. La cuestión de la disponibilidad de
una vivienda idónea es identificada como una causa central de la negativa de
las familias a recibir a usuarios externados. La institución asume que el
cuidado que requiere la persona al momento del alta será satisfecho por la
familia, pero no considera la necesidad de la propia familia de contar con
apoyos para brindar ese cuidado. Además, el supuesto de que corresponde a la
familia biológica acompañar el proceso de externación desconoce posibles
historias de violencia familiar, abusos y malos tratos e, incluso, que la
prolongación de la internación pudo haber sido promovida y definida por sus
mismos familiares.
En muchos casos se trata de familias con
situaciones económicas muy precarias, para quienes la expectativa de sostener
materialmente a un familiar tras una larga internación es una carga desmedida o
directamente inviable. Los allegados a los usuarios se encuentran
frecuentemente en situación de vulnerabilidad social.
Otro ejemplo es el manejo del dinero que
las personas perciben en concepto de peculio por su participación en “talleres
protegidos”. Como describe el jefe de un servicio: “Hay familias que quisieran
que les entreguemos el dinero a ellos, quieren gastarlo ellos. No porque haya
mala intención sino porque son familias muy necesitadas que ven en esos 400
pesos la posibilidad de pagar la luz o el agua. Nosotros le damos la plata al
operario-paciente y decide gastarse la plata en ropa o en zapatillas, cosas que
tienen que ver con sus necesidades, y viene la familia a reclamar”.
Este enfrentamiento debería plantearse
como una situación-problema a resolver entre los distintos actores. El trabajo
conjunto con la familia puede dirimir este tipo de conflictos que desde los
dispositivos manicomiales se presentan como irresolubles. Una trabajadora social
de los Talleres Protegidos y el psicólogo social de La Huella, en la Ciudad de
Buenos Aires, destacaron la importancia de trabajar la tensión entre los
temores de las familias y el derecho de los usuarios a tomar decisiones
autónomas, pero acompañados en el proceso de aprendizaje de manejo del dinero:
“A veces las familias, desde el temor, no quieren que ellos se administren.
Nosotros les decimos que el peculio está también para eso, para que ellos
empiecen a entrenarse, para que puedan poner prioridades de gastos, para que
puedan ver qué comprar. Hay pacientes que cobran el peculio y lo primero que
hacen es comprarle regalos a la familia, y está buenísimo porque ellos nunca
habían podido regalar nada con dinero obtenido por ellos. Pero también hay pacientes
que se lo gastan en cigarrillos en dos días. Ahí decís: ‘No, paremos. Veamos
cómo intentamos que este dinero de la pensión tenga un uso más adecuado’”. Esto
fomenta un diálogo en el que los usuarios pueden expresar sus deseos y los
parientes sus inquietudes y necesidades.
La ausencia de apoyos materiales para las
familias o allegados obstaculiza las externaciones. Por ejemplo, J. P. es un
hombre de 32 años, de nacionalidad peruana, que hace diez años está internado
en el Hospital J. T. Borda, donde ha sido víctima de abuso sexual en dos
ocasiones por parte de otro interno. Ante los constantes reclamos de sus
hermanas por su precaria situación en el hospital, tanto los profesionales del
equipo tratante como el juez a cargo de su causa de internación, además de
mostrarse negligentes en su accionar, han emitido juicios discriminatorios
hacia J. P. y sus hermanas, por ser extranjeros. Funcionarios del hospital y
del juzgado mantienen una actitud de reproche hacia las hermanas de J. P. por
no llevarlo a vivir con ellas, aun cuando saben que no tienen las condiciones
materiales para albergar a alguien con sus características, y sin embargo ellas
están muy presentes en la vida de su hermano para darle apoyos y velar por su
bienestar. Con representación del CELS, J. P. y su familia han impulsado
acciones para exigir al Estado que agencie las condiciones necesarias para que
J. P. pueda ser incluido en un dispositivo centrado en la comunidad, con base
residencial fuera del hospital, donde pueda tener una vida digna y acceso a un
abordaje en salud mental adecuado.
Durante la internación deberían
emprenderse acciones que contribuyan a la revinculación, como localizar a
familiares con quienes se ha perdido el contacto o posibilitar encuentros.
Luego del alta, una tarea fundamental, que algunos servicios de externación
realizan, es brindar herramientas para que quienes asuman las tareas de cuidado
puedan hacerlo de manera respetuosa. El asesoramiento abarca cuestiones legales
y administrativas y el acompañamiento afectivo de los familiares. Es necesario
trabajar con las familias acerca de las representaciones sociales sobre “el
loco” y explicar qué le sucede a la persona, cuáles son sus posibilidades e
inquietudes, más allá del diagnóstico psiquiátrico. En las reuniones multifamiliares
convocadas en distintos dispositivos de preparación para la externación (en los
hospitales Estévez, Borda, Cabred, etcétera) se propicia el intercambio de
experiencias y el acompañamiento entre personas internadas y sus familiares;
también hay actividades sólo para familiares, en las que se trabajan aspectos
conflictivos como la convivencia, la autonomía, el uso de los recursos
económicos. Esto suma a la sostenibilidad de los vínculos cuando la externación
del hospital ya se ha concretado.
* Extractado del libro Cruzar el muro.
Desafíos y propuestas para la externación del manicomio, recientemente
publicado por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). La investigación
estuvo a cargo de Macarena Sabin Paz, Rosa Matilde Díaz Jiménez, Soledad
Ribeiro Mieres, Lionel Giglia, Ana Sofía Soberón Rebasa, Víctor Manuel
Rodríguez y Luciana Salerno, y participaron también el Observatorio de Derechos
Humanos de la Universidad Nacional de Córdoba y el Instituto de Derechos
Humanos de la Universidad Nacional de Cuyo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.