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martes, 6 de octubre de 2015

La primera reunión para rediseñar la currícula del curso de acompañante terapéutico (AT) en la Provincia

Primera reunión para implementar el nuevo diseño curricular del curso de acompañante terapéutico

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Reunión en la subsecretaría de Planificación de la Provincia.
Reunión en la subsecretaría de Planificación de la Provincia.
La subsecretaría de Planificación de la Salud fue sede de la primera reunión para rediseñar la currícula del curso de acompañante terapéutico (AT) en la Provincia. Los cambios fueron acordados por la carteria sanitaria y la dirección general de Cultura y Educación y se pondrán en marcha durante el ciclo lectivo 2015.
Del encuentro participaron representantes de IOMA, de los hospitales Estéves de Temperley y Alejandro Korn de Melchor Romero, de Médicos en Prevención La Plata y del CIAT (Coordinación e Investigación del Acompañante Terapéutico).
También estuvieron presentes las autoridades de la dirección de Fiscalización Sanitaria, de la agencia de acreditación de Competencias Laborales de Educación, del equipo técnico de diseño curricular, del Programa de Desarrollo de recursos humanos en Salud y de las direcciones de Capacitación de la Subsecretaría.
Durante la reunión, se acordaron también las estrategias necesarias para poder iniciar el proceso de acreditación de competencias laborales de los acompañantes terapéuticos que ya están en ejercicio.
El AT es un trabajador que interviene en el abordaje de las personas con padecimientos mentales a partir de la indicación de un profesional. Opera como potenciador y facilitador en el proceso de rehabilitación, en la prevención de recaídas, la identificación y anticipación de situaciones de riesgo y su vinculación social.

jueves, 20 de agosto de 2015

2 artículos que nos enviara nuestro colega mexicano el Lic. Muan Manuel Rodriguez Penagos

Les envio dos articulos de AT.

Primer Articulo

1. Fantasmagorías: Pa(i)sajes de la cura en un caso de psicosis.

Las psicosis parecen mostrar al padre por su ausencia. Un Dios ausente encarna desde una erotomanía, en todo el universo; en palabras de Lacan: “... un crepúsculo del mundo”1. El delirio se impone, rompe límites. No es la ficción del sujeto que soñaba Nietzsche, pues el delirio es un infierno hecho a la medida y con la omnipotencia de la fantasía; avienta al cuerpo fragmentado del sujeto a un mundo como el de Alicia en el País de las Maravillas; acercándose más a la pesadilla. Finalmente, el sujeto queda sin mito: una épica encarnada. Así se instala la realización alucinatoria del deseo, siempre insatisfecho y alucinado, donde la fantasía se impone con la misma potencia que la certeza delirante.

La clínica psicoanalítica contemporánea aporta nuevas pistas para incluir en este campo a las psicosis, pues en tiempos freudianos, su tratamiento requería de corpii teóricos nuevos para poder acceder a ella. Algunos autores como Victor Tausk, y posteriormente Jaques Lacan, han abierto el camino para dar cuenta del delirio a través de la escucha, de la transferencia y sobre todo de las formaciones de lo inconsciente. Los nuevos posicionamientos teóricos también inciden en la técnica; en este sentido es que se desprenden nuevos planteamientos para hacer posible un tratamiento fundado en la escucha.

Como todo proceso psíquico, el saber está íntimamente ligado a la fantasía. Más aún, los pensamientos conscientes e inconscientes se articulan en el preconsciente a través de la fantasía, la cual es, con todo derecho, una forma de realización del deseo. Desde El creador literario y el fantaseo2, Freud recuerda la relación entre la fantasía, el saber y el sujeto; también en La novela familiar del neurótico3, ubica la realidad y la historia psíquica del lado de la ficción, nutrida de los mares de la fantasía. Esto permite señalar el principio de una polémica más vasta y compleja: aquella que emerge en la clínica de las psicosis, en la cual se invierte el lugar de la transferencia, la operación clínica de la fantasía del analista; es decir, la escucha del cuerpo.

La primera parte de este artículo contextualiza el marco teórico donde el objeto de estudio de la teoría no es ningún sujeto, pues sigue siendo objeto de la ciencia; por ello la relación entre teoría y clínica se reedita en cada caso a partir de sus diferencias. La segunda parte se refiere a un caso clínico, un pasaje necesario desde la teoría hacia la clínica, un entrecruzamiento para mostrar un camino recorrido por la transferencia: un sendero del fantasma. También desde el lado de la teorización estamos produciendo una ficción, proceso afín a aquel recorrido por el propio sujeto. Surgen, por lo tanto, las interrogantes: ¿Qué lugar ocupa el analista? ¿Cómo poder, desde el lugar del objeto, ser motor de la fantasía y de la transferencia en un caso de psicosis?

Pa(i)sajes de escritura en un caso clínico

Pa(i)sajes significa al mismo tiempo interioridad y exterioridad. Como la escritura, muestra un nudo entre el adentro y el afuera, al igual que el sujeto y su ficción. Desde la lógica de las psicosis, lo simbólico opera como signo y, por lo tanto, está imposibilitada la escritura desde aquella dimensión. Existe una falla, lo cual no implica que no se pueda escribir de otra forma a partir de otra lógica.

Llamo a este caso Cristophe por la relación delirante que él sostiene con el mito de Cristo. Sin embargo, este no fue ni el más importante ni el más duradero de los aliados imaginarios que se produjeran en el devenir de la transferencia. La forma de presentación no es cronológica, pues lo que se pretende es tener una lectura más próxima a un tiempo lógico. Las formas de la escritura y de la fantasía mostraban un movimiento constante; desde ahí, se pueden formular algunas preguntas en relación a la estructura, la transferencia y el advenimiento de una cura.



Primer instante: El pasaje al acto

Cristophe se presentó en mi consultorio el 3 de noviembre de 1996, después de una llamada en la que pedía, angustiado y con urgencia, a alguien con quien hablar. Cabe mencionar que la tía de Cristophe había marcado el teléfono y lo había comunicado conmigo; treinta minutos después de la llamada, el paciente llegó delirante acompañado de su madre y su tía. Él venía en un estado de intoxicación, ya que la noche anterior había consumido 80 semillas de olioluqui, o semillas de la virgen4; afirmaba, en un estado de angustia, que había ingerido los alucinógenos con un amigo durante el día de muertos (2 de noviembre), con el fin de ‘mutar en vampiros’.

La utilización de drogas para la ritualidad era una práctica frecuente de Cristophe y siempre tenía como finalidad la mutación del cuerpo. Al compañero de rituales de Christophe, los brujos le habían hecho suponer que la semilla a la que él llamaba semilla de poder, rebelaría su verdadero yo. El episodio delirante se había desbordado en una amenazante alucinación que involucraba a Cristophe con vampiros perseguidores. Los efectos de la semilla habían surtido efecto hasta la primera sesión de Cristophe. El delirio pasó por los objetos del consultorio, pues de pronto el paciente salía, tomaba una planta, la pegaba a su cara y decía: “Yo me quiero hacer uno con la naturaleza”. A partir de ese acto y al término de cuatro horas en las que se buscó contener el delirio, parecía finalmente disminuir el nivel de angustia de Cristophe, situación evidenciada en su discurso y vivencia. Es en este punto en el cual se revela la importancia que
 los objetos tendrán en el devenir de la cura.

En respuesta al estado en el que se encontraba el paciente, di la indicación de tres sesiones analíticas a la semana; además, consideré necesarios acompañamientos terapéuticos diarios durante un periodo de aproximadamente 8 meses. Al comienzo, estuvo medicado con Haldol, bajo una dosis que fue reduciéndose a medida que avanzaba el tratamiento. Al inicio, la apuesta terapéutica era el poner en palabras la angustia de Cristophe y contener un posible pasaje al acto durante los episodios de mutación corporal alucinatoria. En dichas circunstancias, el sujeto no medía las consecuencias de actos derivados de aquel mundo impuesto; estaba inundado de un deseo omnipotente.

Al comienzo del tratamiento, el paciente tenía 17 años y vivía en los suburbios del Distrito Federal. La familia tenía una estructura singular: Christophe y su hermano menor, a quien llamaremos Alejandro, vivían con su madre. Los padres se habían separado cuando Cristophe tenía 7 años dado que, según la madre, el padre era muy agresivo; el padre había sido internado en un hospital psiquiátrico y esto le había provocado una ‘experiencia traumática’ con todos los doctores. El padre se había ido a vivir con la abuela desde la separación con la madre, lo cual lo dejaba fuera de posibilidades de atender a sus hijos y lo condicionaba a una relación patológica con la madre, de la cual comentaba: “Ella tuvo un pendejo que se encargara de ella y tres otros que no hacían nada”. Tras varios meses en análisis y al momento de hablar de su padre, Cristophe dijo con rabia: “¡Él también está bien esquizofrénico! Ayer me habló y me dijo
 que tenía un presentimiento de que algo me iba a ocurrir. Puede que esto tenga que ver con mi manera de ser”.

Cristophe tenía como radio de acción algunas pocas cuadras de su barrio. A pesar de siempre haber mostrado una capacidad artística privilegiada, no conocía ningún museo. La mayor parte del día lo pasaba viendo televisión; sus escenas favoritas eran las batallas de personajes animados y fantásticos de las caricaturas -aquí vislumbramos las transformaciones de un cuerpo que vuelve a decretar sus bordes. Él jugaba a mutar en estos personajes violentos que poseían grandes poderes y quienes a menudo formaban parte de su discurso delirante, muestra de la omnipotencia del deseo en el delirio.

Alrededor de los 16 años, a partir del motor eléctrico de un juguete y otras piezas, Christophe construyó una máquina para tatuar su propio cuerpo. Su tatuaje preferido correspondía a Mandibulín5. Le gustaba este personaje porque, en sus palabras, “nadie me comprende(ía)”. Otro tatuaje era una cadena en el pie para “mantenerme pegado a la vida”. Podemos afirmar que los tatuajes constituyen una forma de escritura, pues, según el propio discurso de Cristophe, representan personajes identificatorios, ya que son también una forma de apropiación del cuerpo. El paciente decía que convivía con estos personajes después de inhalar cemento.

Antes de la crisis del día de muertos, Christophe había tenido la certeza de poderse convertir en vampiro, figura central de su delirio. El retorno de lo real parecía poner en escena la alucinación, a tal grado que producía recurrentemente pasajes al acto; por ejemplo, en varias ocasiones, habiéndose transformado en vampiro, se lanzó de un segundo piso actuando la omnipotencia épica de su alucinación. En otras, el vampiro lo seguía, encarnando el lugar de perseguido para posteriormente devenir perseguidor: nuevamente, se muestran indiferenciados exterior e interior. A manera de intervención en lo real, la hora de las sesiones variaba para coincidir con la puesta del sol, pues era un espacio y un tiempo especialmente amenazante en el delirio; es decir, el tiempo lógico de Cristophe. Así, el vampiro vino a representar el primer cuerpo del fantasma del que se desprendiera toda una genealogía que participaría en la cura.

Las encarnaciones del perseguidor también se produjeron cuando comenzaba a seguir a transeúntes; violencia dicotómica, esquizoide. Con frecuencia perseguía a personas hasta preguntarles si eran vampiros. En una sesión, señaló: “El bien y el mal me comprimen.” Otra forma de mostrar este pensamiento dicotómico se expresaba a partir de la introducción que Cristophe hacía de la dualidad Yin-Yang, momentos en los cuales él decía que, junto con los vampiros, el Yang llegaba al atardecer; menciona que en una ocasión el yang le había dicho: “Mi padre puede ser asaltado, mi madre puede ser violada, mi hermano puede ser secuestrado.” Recordemos, además, que este discurso era el delirio paterno.

Del delirio al objeto: La construcción de un cuerpo


A la mitad de un episodio delirante, mientras hacia un cigarro de marihuana, Christophe había visto un brazo en el cigarrillo; a partir de esa imagen, se le había ocurrido una técnica que consistía en hacer muñecos con cinta adhesiva. La construcción de muñecos y la evolución en la forma de construirlos, así como su función, se convertirían en una estrategia fundamental para contener los episodios delirantes; un pasaje a través del cual pudo ponerse en objeto la realización del deseo. Los nombres de los primeros muñecos se componían de neologismos, tales como Shadooka y Jagnob. Al principio de la construcción de los muñecos, Christophe había tenido la certeza omnipotente de darles vida, es decir, una manera de asumirse como un Dios.

El primer muñeco que Cristophe trajo al consultorio fue una gárgola de grandes dimensiones. El artefacto no estaba terminado, le faltaban los pies y las manos, aunque contaba con senos. Christophe menciona que cuando pudiera ponerle pies y manos, él se sentiría mejor.  A la siguiente sesión, llevó la gárgola con cabeza, además de un ángel y un hombre sin cabeza. Después de algunas sesiones, a la gárgola ya terminada y pintada de rojo, la llamó Yang; a la figura humana, la llamó Ying; y a otra figura humana, mitad roja y mitad amarilla, la llamó Ying-Yang. Al principio, los cuerpos de estas figuras eran rígidos y desarticulados; después, la técnica había evolucionado. Lo que Cristophe llevaba a las sesiones parecía mostrar, además de una gran habilidad creativa, una manera de restituir el cuerpo fragmentado del delirio a través de una representación física.

A cada sesión llegaron nuevos personajes; en una de ellas, me pidió que guardara los muñecos en el librero del consultorio. Como parte de una estrategia clínica, propuse que los muñecos tuvieran voz dentro de la sesión, a manera de juego. La primera regla del juego era darles un nombre propio y escribir sus funciones en un ‘registro civil’ que juntos instituimos. Por ejemplo, dos sesiones después de la instauración del ‘registro civil’, llevó a Genshua, un ave con garras con las que lograba adherirse al suelo: “Él se alimentaba de ilusiones”, explicaba Cristophe. A la siguiente sesión trajo a Shadooka, cuya función era la de “guardián del desierto que protege los deseos que pueden aparecer ahí”. Lo más sorprendente del despliegue imaginario era la riqueza de los contenidos que llevaba a la sesión y la forma en que cambiaban los horizontes de su discurso: ese mismo día, comenzó a hablar del odio que sentía hacia su
 padre. A la siguiente sesión llevó al maestro de muñecos, quien a su vez también construía muñecos. Así, el padre empezaba a ser hablado de diversas formas a través de los objetos; producía una representación en los objetos y después en las palabras, lo que le permitía tramitar algunas de las dimensiones delirantes fundamentales, como lo era la relación con su padre. Cristophe pasaba, por ejemplo, del delirio de ser dios y dar vida a construir un muñeco que representaba al padre, en tanto que, desde esta posición, podía crear nuevos muñecos.

Al ser disminuida la dosis del Haldol y sus efectos secundarios sobre el cuerpo, Cristophe comenzó a diseñar muñecos con articulaciones más funcionales. La aparición de los muñecos y sus poderes de contención pusieron en juego lo imaginario de una manera distinta, en tanto que se distinguía de las formas delirantes y lograba convertirse en un vector para la cura. Nuestro paciente reagrupó sus muñecos, por un lado en una generación X y por otro, en la Z, con el fin de combatir a las presencias persecutorias: había creado una sociedad de aliados imaginarios, una armada organizada: un corpus social. A modo de un amuleto, un fetiche, en tanto objeto de poder, era una manera de contener la angustia entre un universo sin bordes y un ejército imaginario con el cual podía defender el territorio del narcisismo.

Del objeto al juego: El espacio-tiempo de los muñecos

La lógica del juego se estableció como una lucha entre los ejércitos imaginarios y los perseguidores. La armada alojada en el consultorio, organizada como un ejército, mostraba una forma de lo social, estructuraba lo social entre lo que le era impuesto y lo que él creaba. Del delirio de dar vida, pasó al juego de los muñecos. El hablar y escenificar permitió construir otra dimensión del discurso y redujo el riesgo de un pasaje al acto; esto significa que se hace un desplazamiento desde el objeto, desde el cuerpo y desde lo social para poder construir una cura. Entre el delirio y el objeto fetiche se produce un discurso, el cual da vida a otra forma de significación del delirio y de otra lógica impuesta en el fetiche como objeto de poder. El juego se escenificó como una ensoñación (tagtraum), lo cual mostraba la instauración y operación del preconsciente como una instancia propia de la neurosis; lo que se mostraba cada vez más en el
 espacio de su análisis eran diferentes formas de significación propias a las tres estructuras psíquicas.

Las sesiones de juego le dieron un lugar para inventar al otro, quizá tejiendo una red bajo el nombre propio frente al abismo de lo real. Las historias escenificadas a través de los personajes recreaban un lugar desde la ficción del sujeto: clasificar, organizar una armada contra el delirio y con una dimensión de objeto, quizá fetiche. Esto produjo efectos en su devenir, es decir, en las persecuciones. Los muñecos atestiguaban el cambio de estatuto desde lo alucinatorio hacia un lazo social que permitía tejer desde otra lógica; es decir, pasar de la invasión del Otro del goce infinito hacia la posibilidad del otro como semejante.

El consultorio llegó a alojar más de 100 muñecos de toda índole: antropomorfos, gárgolas, dragones, etc. Una vez que estos objetos mostraron su eficacia, Cristophe hizo aparecer la generación X, comandada por Espectro y Brian Gesto, dos personajes inventados por él. Brian Gesto se alió con los mutantes para cambiar al mundo. La historia de esta generación, según Cristophe, es la siguiente: “Una dama estaba a punto de ser asaltada cuando Espectro salió de una coladera para defenderla y fue en ese lugar en el que Brian Gesto lo vio y lo siguió hasta que le dijo que se uniría a su causa. Ellos lucharán desde las alcantarillas y lucharán por un mundo mejor”. Esto muestra una dirección de la cura en donde parece mostrarse una posibilidad de lo que signifique ese “mundo mejor”.

La genealogía de los muñecos iba en constante aumento; Cristophe organizó diferentes comandos para ampliar su territorio: después de la aparición de la generación X, surgirían el comando Europa, constituido por Alejandrina, los primeros indicios de sexuación en la forma de una muñeca mujer; Altera; Carlos, el más joven; Azo, espía americano que informaba a la generación X todo lo que el Pentágono decía; y Z-3, un robot creado por los hombres, encargado de escribir la historia.


Del juego al sueño: La puesta en acto de la dimensión imaginaria

          En una de las sesiones apareció un “yo soñé,” lo cual fue importante porque el discurso de Christophe había tomado el rumbo de la realización del deseo por diferentes caminos: delirios, fetiches, juegos, ensueños, y ahora el sueño. Esto pareció mostrar que la cura pasaba por diversas formas de significación, propias a las tres estructuras clínicas. A partir de ese momento, Christophe comenzó a llevar sueños cada sesion. Los muñecos aparecían como parte del contenido manifiesto de los sueños, lo cual mostraba la forma en que se tejía un discurso entre las estructuras. Poco a poco la idea omnipotente del pensamiento psicótico de dar vida fue cambiando hasta jugar-hablando a través de los muñecos.

Alguna vez se había soñado Christophe con un ventrílocuo que le enseñaba cómo hacer hablar a los muñecos. En esa misma sesión, llevó una pesadilla que parecía mostrar la angustia de castración: “Un equipo de peces voladores jugaba al basketball en el aire contra un equipo de pirañas que perdía el control y comenzaba a atacar al público. Salí por un corredor hasta que atravesaba un camino que me llevaba hasta el mar en donde construí un pulpo. Un chupa-sangre apareció y comenzó a luchar contra el pulpo y el vampiro comienza a ganar. Después construí un pulpo mucho más grande y esta vez él ganó contra el chupa-sangre. Yo dejé después al pulpo en el mar y en un lugar seguro”. Ahora las sesiones tenían como espacio el juego, el sueño y un discurso capaz de articularlo a él y a los otros; los períodos alucinatorios disminuían en frecuencia e intensidad; parecía vislumbrarse cada vez más un proceso secundario, algo del goce
 que se regulaba como un paso de la épica a la ficción.

El sujeto también es ficción, aquello que se teje a partir del nombre y tiene como efecto un corpus genealógico. La fantasía da cuerpo al nombre en tanto que el yo está construido como un cuerpo. En las psicosis, el cuerpo está fragmentado; por ello, en la clínica se apuesta a realizar remiendos a un cuerpo desarticulado. Los caminos de la cura se van tejiendo entre el paciente, el analista y quienes participen en el caso. Así, en esta clínica no sólo se juega el no-lugar del analista, sino además un juego de transferencias distinto con cada uno de quienes intervienen en el tratamiento de una forma articulada; a su vez una apuesta hacia lo social. Podemos ubicar aquí un punto crucial: la transferencia se dirige desde el analista, los acompañantes y el psiquiatra hacia el paciente. Estas transferencias están íntimamente ligadas al análisis de cada miembro del equipo, mientras que el proceso y lugar que cada quien le da a su propia locura
 tendrá efectos definitivos sobre el paciente. Aquí, entonces, existen al menos dos formas de trabajar la fantasía: una perteneciente a los tratantes y otra al paciente, de modo que la escucha de cada integrante del equipo se funda en su propia subjetividad.

Durante los episodios delirantes, la transferencia toma la forma erotomaniaca y todo el exterior es efecto de las formaciones del delirio, tales como son voces, sombras y cuerpos que habitan al mundo desde la certeza. El sujeto en tratamiento no delira todo el tiempo; pareciera tener la posibilidad de lo simbólico, a partir de lo cual es capaz de crear su propia cura aún con desfiladeros, vacíos y caídas. Aun cuando las formas estructurales tocan todo el discurso en el devenir del tratamiento, se presenta una lógica que llegará a cambiar durante el tratamiento. La pregunta insistente se refiere a la forma de la cura, pues este caso muestra el pasaje por al menos tres formas de significación: forclusión, denegación y represión. La pregunta que insiste, habla de la cura, pues al igual que los místicos, los psicóticos en análisis parecen pasearse por lo eterno y reincorporarse. Con Christophe seguimos en la lucha.





Segundo Articulo


Juan Manuel Rodríguez Penagos

Del destino al destinar: apuntes desde la soledad

La clínica del acompañamiento comienza con una cierta sensación abismal en la escucha, dimensión en la que generalmente se dice más por lo que se muestra que por las palabras. Ahí, la apuesta por el sujeto es el único vector que parece perfilar una dirección de la cura. Este proceso inicia, habitual aunque no exclusivamente, con la llamada de un familiar al analista para que, desde ahí, pueda tejerse un dispositivo capaz de producir aquella contención necesaria para comenzar un tratamiento. Sabemos, además, que aquello inscrito como ley en el discurso delirante es necesario para refundar al sujeto y, sin embargo, a veces no hace falta. Para poder ir caso por caso, es necesario escuchar al sujeto aún delirante, sin anteponer un saber, de modo que alcancemos escuchar el espacio de la cura.
El trabajo en conjunto entre el analista, el psiquiatra y el acompañante* (a quien nos referiremos de aquí en adelante como el “A.T.”) permite tramitar el tratamiento de un paciente por un camino multidisciplinario; en los momentos agudos de la crisis, las reuniones clínicas son un factor sine-qua-non de este tipo de tratamientos, lugar en donde cada quien establece una estrategia de la cura con algunos horizontes compartidos. El encuadre típico propuesto por Freud para las neurosis, no es suficiente para la clínica de las psicosis donde impera la significación unívoca; es decir, el sujeto no puede dudar ni producir un espacio para la palabra. Así, las interpretaciones quedan fuera de la productividad del paciente, por lo que el puro acto de escuchar puede hacer reaparecer al otro; la presencia real del acompañante apuesta a ser reconocido.
El abordaje en la clínica biologicista deja al psicótico con el estatuto de objeto, pues funda la etiología en el mal funcionamiento de un órgano, dejando de lado las diferencias entre cada paciente. Cabe señalar que no toda psiquiatría es así. En este contexto, el psicótico queda en un doble encierro: el primero se produce cuando el desencadenamiento del delirio comienza a imponerse, es decir, el sujeto desaparece con la exigencia de las alucinaciones; el segundo encierro se produce cuando en el lugar del nombre propio, aparece la nosología psiquiátrica como primordial en el narcisismo del paciente, quien asegura su lugar de objeto y la consecuente pérdida de la posición subjetiva -para algunos pacientes es más importante el diagnóstico que el nombre propio. La psiquiatría es fundamental en estos tratamientos, sin embargo su eficacia está sujeta, como cualquier otra disciplina, a la forma de escuchar.
Desde ahí es que aparece el acompañamiento terapéutico como una nueva disciplina fundada en la necesidad, como un desafío clínico y social, pues tiene consecuencias en el destino de un gran número de sujetos.
El campo de trabajo del acompañante terapéutico se da justamente en aquella relación que se da primero con un paciente con el estatuto de objeto y después con la fragmentación del discurso, para quizá después develar a un sujeto, aunque siempre encuadrado en una relación. La relación terapéutica permite una reaparición del sujeto en el tiempo y en el ritmo de lo posible. La eficacia de la relación estriba en que el devenir puede invitar al paciente a ocupar otro lugar en un compromiso de dos; reinaugurando lo social a través de un lazo terapéutico. El fin del acompañamiento puede articularse desde la relación terapéutica como algo que debe ser finito, desde un encuadre y como parte de la cura, pues si el acompañamiento se vuelve permanente, se instala una transferencia que tiende a perder su poder y su eficacia. Este escenario permite  una dirección de la cura desde los actos, es decir, a partir de lo cotidiano.
El acompañamiento terapéutico tiene como punto de partida dar un estatuto social al delirio del paciente, pues al ser escuchado, éste reinaugura la posibilidad de un lazo, dado que es desde esta dimensión social donde se produce el espacio de la cura. La responsabilidad de un tratamiento se comparte en el equipo. Sin embargo, el acompañante es quien lleva mayor responsabilidad de lo cotidiano, debido a que están en juego su propia transferencia y su escucha. Desde un principio, la apuesta incluye la política de un llamado al sujeto desde sus propios espacios. El trabajo de dos para el devenir de la cura, compromete al paciente de una manera social; el acompañante terapéutico puede hacer recordar la condición social del paciente al devolverle la mirada; es un embajador del otro en tanto que articula una clínica donde sus efectos pueden proponer nuevas formas de alteridad.
La posibilidad ambulatoria de los acompañantes permite circular en espacios donde se pueden producir actos a modo de apuesta terapéutica. Un lugar esencial para el trabajo es la casa del paciente; la circulación por los espacios familiares del acompañado permiten actos cuyos efectos regulan de manera diferente el comercio familiar; por ejemplo, la hora de la comida con la familia. Asimismo,  la clínica de las psicosis hace necesario un trabajo con la familia, donde el paciente paga la factura de esa locura genealógica. El devenir de la clínica, permite dar cuenta de los cambios en la circulación de la pulsión de muerte en el contexto familiar; es decir, cuando un paciente deja de delirar, puede comenzar a hacerlo otro miembro de la familia. Algunas veces ese destino lo ocupa el padre.
El psicoanálisis y el acompañamiento comparten una propiedad: ambos se producen como una relación artificial y, en ese sentido, ambos tienen un carácter sui-generis; en la clínica freudiana, la transferencia lo convierte en un espacio para la aparición del otro, en donde el analista se presta para que el otro lo invente desde su discurso. En la clínica de las psicosis, la transferencia comienza en el lugar del analista, del psiquiatra y del acompañante, y opera desde la forma de escuchar cada delirio en su singularidad. Al iniciar un tratamiento en un momento agudo, el A.T. generalmente es necesario como una contención frente a un sujeto en calidad de objeto que no tiene forma de reconocer al otro. 
La relación terapéutica comienza como efecto de una intervención del analista. Este contexto de inicio se desprende de las condiciones en las que el paciente llega a sesión. De esta manera, el número de acompañantes así como los espacios en donde trabajará el A.T. conforman la propuesta del analista, quien apunta a producir un espacio ambulatorio de contención y de escucha. En este sentido, el equipo de acompañantes se convierte en un dispositivo social hacia el paciente y la apuesta se centra en hacer circular de otra manera la pulsión de muerte.
El acompañamiento terapéutico puede comenzar aun desde el hospital, momento en el cual la salida gradual del paciente permite el regreso al espacio propio. La estrategia puede representar un lazo social mediante el cual la relación introduce algunas posibilidades nuevas al paciente; la alianza que se produce, le abre el camino de retorno a lo social, pero quizá de una manera que no signifique perder la propia subjetividad. El A.T. puede instrumentar, desde un inicio, una ruta trazada por el paciente; a veces poder ir al cine es más importante que emprender un viaje, sobre todo cuando esto sucede por primera ocasión. Es ahí en donde la transferencia, puesta en juego en los espacios imaginarios de lo cotidiano, produce alianzas poderosas, pues estos lugares formaban parte del territorio de la soledad.
 El trabajo en equipo respalda la forma en que cada quien escucha desde lugares transferenciales distintos. Así, el delirio y la estrategia de la cura se tejen en reuniones de las cuales se desprende una apuesta terapéutica. Allí, la planificación en el proyecto de acompañamiento con cada paciente viene a responder a lo que será la función de este lazo, estableciendo ya una dirección de la cura como desafío de dos con un carácter social. La meta no hace el camino, pues desde lo cotidiano, se trata de que el A.T. aparezca en donde se produce una gran dificultad por parte del paciente en el reconocimiento del semejante. La clínica freudiana plantea la dificultad que representa la transferencia psicótica, pero esta es solamente una de las diferencias que tiene la psicosis por sobre el dispositivo clásico del psicoanálisis. Vale la pena, por lo tanto, mostrar algunas precisiones desde la clínica de las psicosis.
La primera puerta que se abre nos muestra una posibilidad clínica; situación en donde quizás después de escuchar, puedan producirse espacios hacia los cuales encaminar una estrategia. En este sentido, el A.T. puede representar una forma de intervención conjunta que tenga el equivalente del valor de una interpretación en el psicoanálisis de las neurosis. La ausencia del proceso secundario hace que el tratamiento se desarrolle a partir de los actos, como una manera posible de intervenir desde el registro de lo real. De esta forma, la presencia real del acompañante es un borde y, poco a poco, esa frontera se puede convertir en camino; el primero que nos llevará de regreso a un lazo social posible. El tratamiento imposible se da al esperar lo que un paciente en psicosis no puede ofrecer. Al principio de algunos casos ha sido más importante el trabajo a través de los objetos, sólo después aparece la palabra y, con ella, un sujeto de la historia.
El campo de lo posible también lo podemos señalar desde la transferencia, es decir, el paciente psicótico desarrollará hacia cada miembro del equipo una transferencia especifica. Sin embargo, el riesgo lo encontramos en la posibilidad de un devenir perseguidor. La otra parte de la transferencia se juega del lado del equipo tratante. Así, podemos afirmar que también están en juego la subjetividad del analista, de los acompañantes y del psiquiatra hacia el paciente. Estas transferencias hacia el delirio, están íntimamente ligadas al proceso de análisis de cada miembro del equipo; el proceso y lugar que cada quien le atribuya a su propia locura, tendrá efectos definitivos sobre el paciente, pues se expresa en la forma de escucharlo.
La formación de cada miembro del equipo en aquello que se refiere a la teoría que sustenta su práctica, viene a constituir otra forma de poner la transferencia hacia lo que escuchan. No se trata de reducirlo a una explicación nosológica del paciente, sino que se trata de crear un espacio de escucha en donde un paciente pueda sostenerse por medio de sus palabras, sin la necesidad de un pasaje al acto. La transferencia también involucra la intuición, una apuesta hecha en actos.
En este sentido, la forma en la que se juegan los silencios es una dimensión importante. Aun si parece paradójico, es fundamental escuchar los silencios desde esa intuición de la escucha; por ello es posible decir que se escucha desde el cuerpo. Más precisamente, no sólo trabaja nuestro saber consciente, sino que solamente se puede trabajar si se introduce el cuerpo como sostén del tratamiento. Este saber inconsciente puesto en juego se expresa en la forma de las fantasías; en ello radica la principal diferencia. El equipo no puede ni debe co-delirar. En cambio, las fantasías que se producen en cada miembro del equipo permiten un trabajo a posteriori de develamiento. Las fantasías sobre un delirio permiten una elaboración que puede devolver algunos efectos sobre el devenir del paciente.
La ley comienza a reinstaurarse desde esta relación con el A.T. Al haber dos, debe haber una frontera que aparece al mismo tiempo que se produce una silueta del otro. Pasar de la lógica del uno a lo múltiple, permite la emergencia de lo simbólico; en el deambular se trazan las primeras formas de lo social y de la historia. Si la estrategia del A.T. es un regreso a lo social, los espacios públicos son un territorio donde se podrá desplegar una estabilización. Por ello, cada espacio de acompañamiento tiene el desafío terapéutico de inventar, uno a uno y a partir de su relación, una forma posible de lo social.
La lógica de dos permite el ejercicio de la ley donde el encuadre viene a ser un modelo a seguir. La hora y el lugar de la cita comienzan a ser una manera de asegurar el lugar del otro como una forma de compromiso social. El goce del Otro siempre apuesta a romper este encuadre, pero la relación terapéutica permite un tipo de función de testigo y actor en esos senderos que devienen historia. El inicio de un acompañamiento con un paciente agudo suele ser una forma de mezclar la escucha del A.T. con la épica que se produce en el delirante; el resultado es una suerte de relación quijotesca donde las batallas ya no se juegan desde la soledad.
El encuadre en la dirección de la cura viene a ser una puesta en práctica de la ley. En principio, el pacto consiste en aquel espacio en donde se comparte y se juega la palabra, pues los actos se desprenden de este intercambio. La ruta y el ritmo de la cura los señala el paciente. El A.T. se convierte en una forma del semejante; mientras que el delirio se dirige al Otro, el A.T. sólo puede funcionar como otro. Al marcar la diferencia, también aparece un territorio del semejante.
El devenir de un tratamiento se desprende de la eficacia del testigo para poder hacer aparecer actos que dejan huella en la historia, desde aquello que proponen Deleuze y Badiou como un ‘acontecimiento’. Este tipo de intervenciones pueden considerarse ‘locas’ en lo social, aunque lo único importante es la significación que le dé el acompañado al acto. Así, por ejemplo, es posible hacer la letra de una canción dentro de una escultura en un parque de la ciudad, o tocar el saxofón mientras se cantan salmos en una plaza publica. La dirección de la cura puede incluir algunos de los mencionados espacios de lo social. La estrategia es producir una travesía por los espacios excluidos anteriormente, donde el A.T. deviene un continente.
La clínica sorprende si podemos escuchar. A veces un paciente puede cambiar su discurso, pasar de delirar a soñar planteando en el camino preguntas fundamentales sobre su estructura. En algunos casos, las formaciones de lo inconsciente van cambiando de modo que pareciera más clara la lógica de una sola estructura, la estructura del lenguaje. ‘Saber menos’ permite escuchar más y dejarse sorprender, darse tiempo para comprender, dar inicio arbitrario a un tiempo lógico, a una palabra que espera una repuesta y en cuyo proceso los abismos íntimos resuenan al escuchar al otro. Esto puede ocurrir ya sea desde el A.T. o el acompañado. Finalmente, desde el comienzo fantasmático de estos casos, al equipo terapéutico se le permite aparecer como un boceto, una silueta en el regreso del paciente desde el lugar donde perdio su mirada, su propia infinitud.
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Ciudad de México, 19/oct/2011.
*A.T. - Acompañante Terapéutico

martes, 4 de agosto de 2015

El / La Orden: un fantasma en el sendero de la Cosa.

Estimados colegas, el día 5 de octubre del corriente, nos visitara desde México el lic. Juan Manuel Rodriguez Penagos, quien junto con el Lic Gustavo Rossi estarán brindando una charla en el hall central de la Sub Secretaria de Planifcación de la Salud del ministerio de salud de la pcia de Buenos Aires, sito en calle 51 nº446//La Plata. Para inscripciones enviar mail a ciat@live.com.ar o a vladimiroch@hotmail.com. Saludos

viernes, 10 de julio de 2015

El siguiente es un trabajo que presenté en el IX Congreso de Salud Mental y Derechos Humanos organizado por la Fundación Madres de Plaza de Mayo entre los días 18, 19, 20 y 21 de noviembre de 2010

“EL ACOMPAÑAMIENTO TERAPEUTICO COMO HERRAMIENTA FUNDAMENTAL PARA EL PROCESO DE DESMANICOMIALIZACION”

            En los últimos años se ha visto una explosión del Acompañamiento Terapéutico, pero este es un recurso utilizado solo por aquellos que pueden pagarlo o si su obra social o prepaga lo cubren. Ahora bien, ¿que ocurre con aquellos que no pueden pagar la prestación o que la obra social no la cubre? ¿Que seria necesario para socializar o masificar esta profesión?, la masificación de una profesión depende de la efectividad clínica de la misma, de su encuadre y/o de la aceptación que tiene de otras disciplinas de las cuales depende su derivación.

            Con el Acompañamiento Terapéutico pasa algo particular que tratare de enumerar:

1.    El interesado en profesionalizarse en el Acompañamiento Terapéutico cuenta con una extensa y disímil oferta en cuanto a su formación, cursos de 2 meses careciendo de la cantidad de horas teóricas que son necesarias para la formación de alguien que debe estar en e día a día del paciente y en general careciendo de pasantías o realizándolas en las mismas instituciones que les dictan el cuso generando, así, una mano de obra barata, también existen cursos a distancia (vía Internet) con todo lo que implica la falta de practica en una profesión que se basa en ella, títulos intermedios a carreras universitarias (por lo general en psicología) generando así profesionales que creen que ejercen el acompañamiento terapéutico derivado de tal o cual rama de tal o cual profesión y defendiendo esta postura hasta en el campo clínico interfiriendo, esta, en su accionar  o técnicaturas de 2 años dependiendo de la provincia en donde estudia, cursos de 9 meses, etc.
2.    Normalmente las instituciones que ofrecen los cursos dependen o están dentro de una clínica psiquiátrica o instituciones relacionadas con la internación generando así profesionales que nunca se alejaran del modelo hegemónico y que serán funcionales a los establecimientos en los que fueron formados.
3.    Quienes están como directores de los cursos por lo general son profesionales de la salud con carrera universitaria afín a la salud (médico, psicólogos, terapistas ocupacionales y hasta farmacéuticos) dando un sesgo asistencial a la formación, ya que su formación será orientada hacia la profesión que tenga quien la dirige.
            Algunas ideas de como se comenzaría a solucionar esta problemática:

            El primer punto es fundamental, la regulación y unificación de un programa afín con la determinación de una exigencia en las horas cátedra y pasantías logrando así, una unificación de criterios en el profesional que deberá derivar la prestación de Acompañamiento Terapéutico, en todo el territorio Nacional el Acompañamiento Terapéutico  tendrá básicamente una misma formación, esto facilitará enormemente la tarea del encuadre y la facilidad del profesional que deriva ya que tiene en claro la función y especificidad del at- Esto se lograra solamente con la inclusión de la figura del profesional, su territorio clínico y una descripción de sus funciones en las futuras leyes de salud mental que dicten en todo el territorio, como se logra esto? con la participación activa de las asociaciones que nuclean a los at´s la integración de los ministerios de cada municipio y/o provincia en la regencia de los profesionales

            En el punto 2 son los ministerios de salud quienes deben habilitar lugares para la formación de los futuros profesionales, unificando los contenidos mínimos de los programas y certificando los títulos emitidos y que se creen listados de aquellos que egresen, poniendo, además, el requisito de una especialización, curso, seminario, etc. por año, garantizando una prestación de calidad. La formación en instituciones se orienta, la mayoría de las veces, a cubrir la especificidad de la demanda interna sin tener en cuenta el aspecto social de la profesión y formar un profesional en un solo aspecto del territorio clínico en el que va a actuar no es lo que se espera de un curso de acompañamiento terapéutico.
            Respecto al punto 3  lo considero vertebral en la formación de profesionales ya que el acompañante terapéutico es una pieza de un equipo multidisciplinario y debe ser formado en consecuencia, por lo que quien dirige un curso de acompañante terapéutico debe ser un acompañante terapéutico y no otro profesional de la salud, si se quiere jerarquizar una profesión lo primero que debe pasar es darle el crédito que esta se merece.

            El acompañante terapéutico es un profesional que se debe formar para trabajar con el individuo, con su entorno (red vincular), en su vida cotidiana tratando de insertar al paciente en el día a día y ayudarlo a mejorar su calidad de vida prestando atención, entre otras cosas, a su patología, pero no a esta como su única objeto de observación sino como una parte mas de la esencia del individuo, el acompañante terapéutico debe ver al paciente como un ser bio-psico-social, o como lo ha redefinido el Dr. Juan Carlos Domínguez Lostaló, Socio-bio-Psico, planteando un cambio de paradigma, debe, entonces, prestarse como un yo auxiliar que le permita al sujeto la reconstrucción del suyo propio.

            Como puede desprenderse de todo lo antedicho ¿por que debe ser un profesional de la salud quien regentee la formación del acompañante terapéuticos?, si este solo cubrirá una parte del espectro profesional del acompañamiento terapéutico. Por esto, es tarea dura la de romper con las Hegemonías preestablecidas en el ámbito de la salud mental, Hegemonías planteadas desde el modelo medico, que ha venido describiendo al paciente como un conjunto de patologías que desencadenan una enfermedad incluida en un diccionario, que entre otras cosas esta armado con la intervención o mas bien complicidad de los laboratorios farmacéuticos y se encaran y dirigen tratamientos apuntando solo a lo patológico (biológico) y lo que no entre en este espectro no es tenido en cuenta y se cae en la consecuente cronificación y las sucesivas internaciones. Es parte fundamental del a.t. la de ubicarse como un profesional mas dentro del equipo interdisciplinario sin ser asistente de uno u otro profesional, es imprescindible el trabajo intramuros del acompañante terapéutico ya que él debe actuar como agente de prevención. Decimos prevención por que la cercanía vivencial del acompañante terapéutico con el paciente le permite ejercer un control mas efectivo, actuando como agente de prevención primaria de la salud, o prepatogenesis de la salud, con la protección especifica, llevando un calendario de vacunas y las visitas periódicas a especialistas. Como agente de prevención secundaria mediante la ayuda de un diagnostico temprano y en consecuencia un tratamiento oportuno y le pone un limite al factor discapacitante, ayudando, este, en la rehabilitación, que ya es campo de la prevención terciaria, estos dos últimos tipos de prevención denominados patogénesis. En la descripción de estos tres tipos de prevención demostramos por que el trabajo individual del Acompañamiento Terapéutico ayuda a la reducción de costos, ya que se disminuye el índice de ocupación institucional (hospitalaria, centros de rehabilitación, etc.), la disminución de los días de cama ocupados (factor primordial en el ámbito de la salud publica), el consecuente aumento de la tasa de sobrevida. Por eso debemos reinventar el Acompañamiento Terapéutico, desde sus bases, condición imposible sin una ley que respalde ese accionar, que nos permita dar batalla ante las obras sociales que nos piden, por ejemplo, una historia clínica y una derivación medica para otorgar la cobertura de una prestación, prestación que por sus características económicas (valor hora) queda relegada a una prestación menor, pero su eficacia la utilizan a menudo, la falta de una ley marco divide a los profesionales y esa división es utilizada por los sistemas hegemónicos que condicionan la prestación mediante pagos realmente pingues para el trabajo que realiza el acompañamiento terapéutico, y además de realizar los pagos a los 4 meses, obligando, así, a cobrar el resto a la familia o a los Coseguros, alternativas esta que no están al alcance de toda la población por lo que volvemos al principio:
                                  
 Exigimos una formación unánime y separada de los modelos hegemónicos reinantes en la salud mental, pero a su vez cuando planteamos la socialización de la prestación nos encontramos que el modelo hegemónico esta en todos los estamentos y es imposible separarse de estos sin una ley que nos ampare, pero que solo con esto no basta, será necesario aunar los esfuerzos para la cobertura en todo el territorio pero además la formación de asociaciones o colegiaturas que realicen un seguimiento de su cumplimiento.

            Si se me permite voy a concluir con una reflexión:
            Si el Acompañante Terapéutico se ofrece como un modelo identificatorio en el proceso de reconstrucción yoica del paciente, ¿no debería, él, contar con una identidad profesional emanada de su emancipación en la formación? Definir o recuperar la identidad ayudará al profesional a defender su posición frente a la sociedad, en el presente no puede defender posición alguna, ya que no hay una sola posición.
            El acompañante terapéutico es una parte importante del equipo interdisciplinario, no un asistente de tal o cual profesión. Es, además por todo lo dicho, una herramienta fundamental en el proceso de desmanicomialización.
Gracias.”

            En la ardua tarea de darle una entidad científica al Acompañamiento Terapéutico, basado en lo empírico es, entonces, que nos embarcamos en la escritura del presente material que, esperamos sirva como material de discusión y de consulta.

            Proponiendo nuevos territorios clínicos, aportando nuevas aplicaciones en el plano de la salud y las distintas instituciones, intentando formar una conciencia desmanicomializadora en la sociedad y por que no en los estamentos de poder o de decisión, de inmediata y de fácil implementación, con costos mas bajos que los utilizados en el presente y con resultados decididamente mas efectivos, según se explicará, y /o se deducirá,  en el presente trabajo.

            La idea de un trabajo personalizado, con los pacientes, trae aparejado los conceptos de prevención, resocialización, identidad y le saca el peso de la estigmatización de la patología. Decimos prevención por que la cercanía vivencial del Acompañante Terapéutico con el paciente le permite ejercer un control más efectivo, actuando como agente de prevención primaria de la salud, o prepatogenesis de la salud, con la protección especifica, llevando un calendario de vacunas y las visitas periódicas a especialistas. Como agente de prevención secundaria mediante la ayuda de un diagnostico temprano y en consecuencia un tratamiento oportuno y le pone un limite al factor discapacitante, ayudando, este, en la rehabilitación, que ya es campo de la prevención terciaria, estos dos últimos tipos de prevención denominados patogénesis. En la descripción de estos tres tipos de prevención demostramos por que el trabajo individual del Acompañamiento Terapéutico ayuda a la reducción de costos, ya que se disminuye el índice de ocupación institucional (hospitalaria, centros de rehabilitación, etc.), la disminución de los días de cama ocupados (factor primordial en el ámbito de la salud publica), el consecuente aumento de la tasa de sobrevida.
             La concientización de la efectividad clínica del Acompañamiento Terapéutico permitirá la temprana incorporación de este tipo de profesionales (con una adecuada formación) a los tratamientos convencionales, generando así, una mayor respuesta positiva al tratamiento, evitando de esta manera, lo que exponen el licenciado Gustavo Rossi y el licenciado Gabriel Pulice en el prefacio del libro: “ACOMPAÑAMIENTO TERAPÉUTICO, APROXIMACIONES A SU CONTEXTUALIZACION”, (Presentación de Material clínico) Editorial Polemos S.A.,”…el acompañante terapéutico es llamado a llenar los vacíos, los puntos ciegos de las instituciones y los terapeutas. Allí donde no se sabe qué hacer con un paciente, en estos casos se lo enchaleca con psicofármacos o se le pone acompañamiento terapéutico, o ambas cosas a la vez…”


            Si tenemos en cuenta al individuo como un  conjunto, un ser bio-psico-social, llegaremos a una mejor comprensión de la verdadera función del acompañante terapéutico, esta división tripartita, describe en un todo al individuo y los aspectos a tener en cuenta a la hora de planificar un efectivo dispositivo terapéutico. Vladimiro Chiattone

Pagina 12 Domingo, 14 de noviembre de 2004

PSICOLOGÍA › BASES DEL ACOMPAÑAMIENTO TERAPÉUTICO

La locura es soledad

¿Qué es un acompañante terapéutico? ¿Para quiénes y en qué situaciones puede resultar oportuno? ¿Hay acompañamiento terapéutico en hospitales públicos? ¿Hay una teoría que sostenga su práctica? Respuestas, en esta página.
Por Gustavo Rossi *

Un sujeto afectado por la locura (en un sentido amplio, no restringida al diagnóstico de psicosis) va a encontrar perturbada para su vida cotidiana su relación con el espacio público, su vínculo con los otros, con la calle, con los lugares que frecuentaba en la ciudad, en fin, con aquello que denominaremos su “ecología”. En que algo de esto pueda restablecerse, sostenerse o construirse, ubicamos la intervención del acompañamiento terapéutico y su función en el hospital de día. Porque ese sujeto aparece empujado al encierro propio (cuando no llega a quedar encerrado en una clínica u hospital psiquiátrico), asustado, en su cuarto, con dificultades para salir de su casa, a veces hasta de su cama, de ese mundo que se le hace cada vez más estrecho. Le resulta agresivo el movimiento urbano, las miradas en un colectivo, los comentarios en un club, los empujones, las risas en el partido de fútbol o de truco. O porque en esos espacios públicos aparece perdido, desorientado, lo cual muchas veces se conjuga con su intento de agresión hacia quienes lo rodean, su impulso hacia la ruptura con el tejido social y su refugio en el aislamiento.
¿Es el acompañamiento terapéutico una herramienta eficaz para restablecer esos lazos con el territorio público? En algunos momentos y en determinados casos, lo es. No como recurso exclusivo sino que toma su valor en esa construcción artesanal de un equipo que da algún lugar en su estrategia de abordaje a lo que suceda con esos vínculos, esas redes, esa agresión, para que pueda reubicarse sin dejar librado esto a una supuesta evolución espontánea. Cuando resulta indicado, el acompañante terapéutico (AT) se ubica ante un sujeto que ha perdido su orientación temporoespacial, en un momento de crisis, y va a ofrecerse como mediador, como guía, como amistoso componedor en ese encuentro/desencuentro entre alguien aquejado por la locura (que es singular) y su prójimo, su barrio, su ciudad, los lugares donde podría estudiar,TRABAJAR o divertirse pero que, en la coyuntura crítica que está atravesando, le resultan intolerables.
Brevemente entonces, ante la fuerte exclusión social actual, el acceso al circuito laboral y a los lazos sociales que conlleva se presenta casi inalcanzable para quien atraviesa un padecimiento psíquico importante. El acompañamiento tiene una vía sobresaliente de intervención, en su posibilidad de articulación con las redes comunitarias (sin perjuicio de los deficits en las políticas públicas al respecto) y con los recursos laborales-educativos, que deben re-crearse para cada caso. No se trata de imponerle un standard de rehabilitación, para que transite por círculos recreativos cerrados o que se adapte en un aislamiento circunscripto a actividades institucionales con una utilidad –subjetiva– muchas veces dudosa, sino de diseñar una estrategia multidisciplinaria que pueda prestar atención a las consecuencias que tiene para cada paciente la competencia desmesurada a la que fuerza el mercado, al empujarlo hacia un margen, cuando no al encierro que llega a suprimir sus derechos civiles bajo la etiqueta de la enfermedad mental.
¿Es necesario ser psicólogo, para ser acompañante terapéutico? Mi respuesta es que su formación, sea la de psicólogo, estudiante avanzado de psicología o psicoanalista, no es condición necesaria, pero tampoco suficiente, para considerar a alguien con una capacitación adecuada en el tema. Marco así la necesidad de una capacitación específica en la formación del AT. En esta actividad se interviene con otra presencia, desde lo corporal, y el ámbito/encuadre está lejos de aquella relativa asepsia que puede brindar el consultorio. Frecuentemente la presencia del entorno social y familiar es casi inmediata: pacientes que gritan en un bar donde las mesas se encuentran a escasa distancia una de otra, cuentan sus intimidades a viva voz en medio de una función de cine, o escenas donde el acompañamiento se desarrolla en un ámbito familiar, con la presencia angustiada de la esposa, los hijos o el padre de un sujeto en crisis. Además, el tiempo de duración del acompañamiento está pautado de antemano y con una extensión que habitualmente es de varias horas cada vez (puede llegar hasta turnos de 6 a 8 horas en las internaciones domiciliarias). Despejar estas cuestiones nos remite alTRABAJO en equipo y bajo supervisión.
Es característico de esta actividad llegar a compartir muchas horas con un paciente, con lo cual se generan diálogos que a veces tocan aspectos de la vida privada del acompañante, de sus actividades, de sus gustos; es decir, de cuestiones que habitualmente quedan por fuera del vínculo paciente-profesional de la salud mental. No se trata de que el AT no pueda decir nada acerca de su vida personal, o no haya de dar cierta opinión, ante preguntas del sujeto acompañado o de su familia, sobre tal cual hecho de la realidad social o suceso de la actualidad, cuando no del cuidado en el aspecto físico del paciente, de sus vínculos grupales, de amistad, etcétera. Pero el AT tiene que saber mensurar lo que manifieste, tiene que saber qué no debe hacer, y tomar con cautela situaciones que pueden llevar a intervenciones inoportunas (Augé M. y otros; ElHOSTAL, una experiencia en tratamientos sin encierro en psicopatologías graves. Bs. As., 1993). Aunque sabemos que no puede prevenirse un acto, ni podemos asegurarnos de que no aparezca un acting, ni programar estereotipadamente una forma de intervención del acompañante, consideramos fundamental contar con un espacio donde esos inconvenientes sean dialectizados, y orientados en una dirección que otorga el dispositivo de tratamiento. Esta supervisión se ubica en un circuito de intersecciones en el cual incluyo al terapeuta que indica el acompañamiento terapéutico, la estrategia de ese tratamiento y el trabajo en equipo para la construcción de un dispositivo caso por caso.

Jugar por jugar

Desde hace ocho años, en distintos hospitales, se desarrolla la pasantía en acompañamiento terapéutico. En la medida en que las demandas se fueron produciendo, aparecieron diversas dificultades de los terapeutas para precisar su orientación en cada caso. Podemos ligar esto con el difuso conocimiento específico sobre el tema por parte de muchos terapeutas y con cierta inercia institucional a la hora de plantear herramientas diferentes. Al supervisar equipos en hospitales públicos, si no se cuenta con la participación del terapeuta que dirige el tratamiento, sólo queda un margen estrecho para realizar una lectura de lo que sucede y para orientar la intervención. Además, para el terapeuta suele representar otra perspectiva, cuya importancia no se restringe a que el AT sea un informante de lo que sucede en el plano de la realidad cotidiana de un paciente. Su importancia radica en dar unaVERSIÓN particular de esa subjetividad en los complejos tiempos de articulación o aislamiento respecto del otro social/familiar. Por ejemplo, en el hospital de día vespertino del Hospital Alvarez, el acompañante terapéutico se integra a las reuniones semanales del equipo de profesionales y en ocasiones participa en esa elaboración del dispositivo más adecuado de tratamiento para cada paciente, mediante los aportes que desde su práctica le competen.
La táctica del AT tendrá también su particularidad según el momento del tratamiento en que se incluye su tarea, ya que no será lo mismo en el tiempo previo a la externación o en el inmediatamente posterior a la misma, o en una situación de crisis en la que se trata de evitar la internación, o en instancias donde algo de lo social/familiar representa un obstáculo puntual para el quehacer clínico. Un caso puede enseñarnos sobre esto: se trata de un adolescente en que se manifestaban síntomas maníaco-depresivos, que lo habían llevado a diversas conductas impulsivas, poniendo en riesgo su vida y la de su familia. El terapeuta decidió el acompañamiento como alternativa a la internación psiquiátrica. En lo táctico, se buscó modular la intervención en la dinámica familiar teniendo en cuenta la ansiedad y angustias de la madre del paciente, abriéndose el AT hacia el diálogo con la madre, para que existiera algún factor de mediación, con el objetivo de no agravar el momento de crisis, alivianando ese tiempo para el paciente y para los familiares cuya posibilidad de contención estaba quebrantada.
En otro ejemplo de la práctica hospitalaria del AT, el acompañamiento consistía en caminatas extensas, descriptas por la acompañante, en la supervisión, como “sin rumbo”, a lo que se sumaba un “jugar por jugar”: empezar y nunca terminar un partido de cartas, por ejemplo, actividades que planteaban de manera insistente, tediosa. Además, el paciente reiteradamente se quedaba dormido a la mañana, por lo cual llegaba tarde al horario de encuentro con la acompañante. Al mismo tiempo, la inclusión del acompañamiento se había vinculado precisamente con los trastornos que le producía el no poder dormirse, tener dificultades para conciliar el sueño; al otro día no podía despertarse, claro, y llegaba tarde.
Fueron esenciales en este caso las reuniones periódicas donde participaba la analista de este paciente. Resultó que, a partir de las caminatas, los juegos de cartas, las charlas en esas circunstancias, el paciente manifestaba no tener las “interceptaciones” que habitualmente tenía, los “pensamientos malditos”. A su vez, la analista describió que algo del tedio, de un fuerte cansancio, era lo que transmitía este paciente, lo que la terapeuta SOPORTA”: soporte transferencial, difícil en casos como éste, a partir del cual no por casualidad se incluye el acompañamiento. El paciente hacía dormir a los otros, pero no lograba dormirse, generalmente por las “interceptaciones”. Como hipótesis: si transfiere algo de ese cansancio, puede empezar a dormir mejor, y esto parece enlazarse con el hecho de que el otro –digámoslo así, en algún sentido– duerma. Por otra parte, aunque se quedara dormido en horas de la mañana, el tiempo de acompañamiento empezó a marcar un límite a esa situación, acotó algo, dando lugar a señalar que la acompañante, aunque lo esperaba, no gozaba de esto. Probablemente la historia del paciente en relación con su madre haya tenido un papel fundamental en esto del dormir, del despertar, despertarse solo o ser despertado; son temas sobre los que tal vez se pueda trabajar en un momento posterior del tratamiento.
En cuanto al agobio de la acompañante reflejado como queja por las caminatas “sin rumbo”, el resultado del trabajo en equipo no fue tratar de establecer un rumbo (¿quien sabría decir cuál tiene que ser?), sino más bien sostener esa caminata, mantener esa charla, ese juego –al menos para el momento en que se encontraba el caso–. Esto es, se trataba deSOPORTAR algo de ese sin, precisamente para darle algún sentido, alguna orientación, a su función. Porque se advertía que el dispositivo construido tenía sus efectos terapéuticos.

* Supervisor del Equipo de Acompañamiento Terapéutico del Hospital de Día vespertino del Hospital T. Alvarez, GCBA. Coordinador de la pasantía de acompañamiento terapéutico en la Facultad de Psicología de la UBA.