Les envio dos articulos de AT.
Primer Articulo
1. Fantasmagorías:
Pa(i)sajes de la cura en un caso de psicosis.
Las psicosis parecen
mostrar al padre por su ausencia. Un Dios ausente encarna desde una erotomanía,
en todo el universo; en palabras de Lacan: “... un crepúsculo del mundo”1. El
delirio se impone, rompe límites. No es la ficción del sujeto que soñaba
Nietzsche, pues el delirio es un infierno hecho a la medida y con la
omnipotencia de la fantasía; avienta al cuerpo fragmentado del sujeto a un mundo
como el de Alicia en el País de las Maravillas; acercándose más a la pesadilla.
Finalmente, el sujeto queda sin mito: una épica encarnada. Así se instala la
realización alucinatoria del deseo, siempre insatisfecho y alucinado, donde la
fantasía se impone con la misma potencia que la certeza delirante.
La
clínica psicoanalítica contemporánea aporta nuevas pistas para incluir en este
campo a las psicosis, pues en tiempos freudianos, su tratamiento requería de
corpii teóricos nuevos para poder acceder a ella. Algunos autores como Victor
Tausk, y posteriormente Jaques Lacan, han abierto el camino para dar cuenta del
delirio a través de la escucha, de la transferencia y sobre todo de las
formaciones de lo inconsciente. Los nuevos posicionamientos teóricos también
inciden en la técnica; en este sentido es que se desprenden nuevos
planteamientos para hacer posible un tratamiento fundado en la escucha.
Como todo proceso psíquico, el saber está íntimamente ligado a la
fantasía. Más aún, los pensamientos conscientes e inconscientes se articulan en
el preconsciente a través de la fantasía, la cual es, con todo derecho, una
forma de realización del deseo. Desde El creador literario y el fantaseo2, Freud
recuerda la relación entre la fantasía, el saber y el sujeto; también en La
novela familiar del neurótico3, ubica la realidad y la historia psíquica del
lado de la ficción, nutrida de los mares de la fantasía. Esto permite señalar el
principio de una polémica más vasta y compleja: aquella que emerge en la clínica
de las psicosis, en la cual se invierte el lugar de la transferencia, la
operación clínica de la fantasía del analista; es decir, la escucha del cuerpo.
La primera parte de este artículo contextualiza el marco teórico donde
el objeto de estudio de la teoría no es ningún sujeto, pues sigue siendo objeto
de la ciencia; por ello la relación entre teoría y clínica se reedita en cada
caso a partir de sus diferencias. La segunda parte se refiere a un caso clínico,
un pasaje necesario desde la teoría hacia la clínica, un entrecruzamiento para
mostrar un camino recorrido por la transferencia: un sendero del fantasma.
También desde el lado de la teorización estamos produciendo una ficción, proceso
afín a aquel recorrido por el propio sujeto. Surgen, por lo tanto, las
interrogantes: ¿Qué lugar ocupa el analista? ¿Cómo poder, desde el lugar del
objeto, ser motor de la fantasía y de la transferencia en un caso de
psicosis?
Pa(i)sajes de escritura en un caso clínico
Pa(i)sajes
significa al mismo tiempo interioridad y exterioridad. Como la escritura,
muestra un nudo entre el adentro y el afuera, al igual que el sujeto y su
ficción. Desde la lógica de las psicosis, lo simbólico opera como signo y, por
lo tanto, está imposibilitada la escritura desde aquella dimensión. Existe una
falla, lo cual no implica que no se pueda escribir de otra forma a partir de
otra lógica.
Llamo a este caso Cristophe por la relación delirante que él
sostiene con el mito de Cristo. Sin embargo, este no fue ni el más importante ni
el más duradero de los aliados imaginarios que se produjeran en el devenir de la
transferencia. La forma de presentación no es cronológica, pues lo que se
pretende es tener una lectura más próxima a un tiempo lógico. Las formas de la
escritura y de la fantasía mostraban un movimiento constante; desde ahí, se
pueden formular algunas preguntas en relación a la estructura, la transferencia
y el advenimiento de una cura.
Primer instante: El pasaje al
acto
Cristophe se presentó en mi consultorio el 3 de noviembre de 1996,
después de una llamada en la que pedía, angustiado y con urgencia, a alguien con
quien hablar. Cabe mencionar que la tía de Cristophe había marcado el teléfono y
lo había comunicado conmigo; treinta minutos después de la llamada, el paciente
llegó delirante acompañado de su madre y su tía. Él venía en un estado de
intoxicación, ya que la noche anterior había consumido 80 semillas de olioluqui,
o semillas de la virgen4; afirmaba, en un estado de angustia, que había ingerido
los alucinógenos con un amigo durante el día de muertos (2 de noviembre), con el
fin de ‘mutar en vampiros’.
La utilización de drogas para la ritualidad
era una práctica frecuente de Cristophe y siempre tenía como finalidad la
mutación del cuerpo. Al compañero de rituales de Christophe, los brujos le
habían hecho suponer que la semilla a la que él llamaba semilla de poder,
rebelaría su verdadero yo. El episodio delirante se había desbordado en una
amenazante alucinación que involucraba a Cristophe con vampiros perseguidores.
Los efectos de la semilla habían surtido efecto hasta la primera sesión de
Cristophe. El delirio pasó por los objetos del consultorio, pues de pronto el
paciente salía, tomaba una planta, la pegaba a su cara y decía: “Yo me quiero
hacer uno con la naturaleza”. A partir de ese acto y al término de cuatro horas
en las que se buscó contener el delirio, parecía finalmente disminuir el nivel
de angustia de Cristophe, situación evidenciada en su discurso y vivencia. Es en
este punto en el cual se revela la importancia que
los objetos tendrán en el
devenir de la cura.
En respuesta al estado en el que se encontraba el
paciente, di la indicación de tres sesiones analíticas a la semana; además,
consideré necesarios acompañamientos terapéuticos diarios durante un periodo de
aproximadamente 8 meses. Al comienzo, estuvo medicado con Haldol, bajo una dosis
que fue reduciéndose a medida que avanzaba el tratamiento. Al inicio, la apuesta
terapéutica era el poner en palabras la angustia de Cristophe y contener un
posible pasaje al acto durante los episodios de mutación corporal alucinatoria.
En dichas circunstancias, el sujeto no medía las consecuencias de actos
derivados de aquel mundo impuesto; estaba inundado de un deseo omnipotente.
Al comienzo del tratamiento, el paciente tenía 17 años y vivía en los
suburbios del Distrito Federal. La familia tenía una estructura singular:
Christophe y su hermano menor, a quien llamaremos Alejandro, vivían con su
madre. Los padres se habían separado cuando Cristophe tenía 7 años dado que,
según la madre, el padre era muy agresivo; el padre había sido internado en un
hospital psiquiátrico y esto le había provocado una ‘experiencia traumática’ con
todos los doctores. El padre se había ido a vivir con la abuela desde la
separación con la madre, lo cual lo dejaba fuera de posibilidades de atender a
sus hijos y lo condicionaba a una relación patológica con la madre, de la cual
comentaba: “Ella tuvo un pendejo que se encargara de ella y tres otros que no
hacían nada”. Tras varios meses en análisis y al momento de hablar de su padre,
Cristophe dijo con rabia: “¡Él también está bien esquizofrénico! Ayer me habló y
me dijo
que tenía un presentimiento de que algo me iba a ocurrir. Puede que
esto tenga que ver con mi manera de ser”.
Cristophe tenía como radio de
acción algunas pocas cuadras de su barrio. A pesar de siempre haber mostrado una
capacidad artística privilegiada, no conocía ningún museo. La mayor parte del
día lo pasaba viendo televisión; sus escenas favoritas eran las batallas de
personajes animados y fantásticos de las caricaturas -aquí vislumbramos las
transformaciones de un cuerpo que vuelve a decretar sus bordes. Él jugaba a
mutar en estos personajes violentos que poseían grandes poderes y quienes a
menudo formaban parte de su discurso delirante, muestra de la omnipotencia del
deseo en el delirio.
Alrededor de los 16 años, a partir del motor
eléctrico de un juguete y otras piezas, Christophe construyó una máquina para
tatuar su propio cuerpo. Su tatuaje preferido correspondía a Mandibulín5. Le
gustaba este personaje porque, en sus palabras, “nadie me comprende(ía)”. Otro
tatuaje era una cadena en el pie para “mantenerme pegado a la vida”. Podemos
afirmar que los tatuajes constituyen una forma de escritura, pues, según el
propio discurso de Cristophe, representan personajes identificatorios, ya que
son también una forma de apropiación del cuerpo. El paciente decía que convivía
con estos personajes después de inhalar cemento.
Antes de la crisis del
día de muertos, Christophe había tenido la certeza de poderse convertir en
vampiro, figura central de su delirio. El retorno de lo real parecía poner en
escena la alucinación, a tal grado que producía recurrentemente pasajes al acto;
por ejemplo, en varias ocasiones, habiéndose transformado en vampiro, se lanzó
de un segundo piso actuando la omnipotencia épica de su alucinación. En otras,
el vampiro lo seguía, encarnando el lugar de perseguido para posteriormente
devenir perseguidor: nuevamente, se muestran indiferenciados exterior e
interior. A manera de intervención en lo real, la hora de las sesiones variaba
para coincidir con la puesta del sol, pues era un espacio y un tiempo
especialmente amenazante en el delirio; es decir, el tiempo lógico de Cristophe.
Así, el vampiro vino a representar el primer cuerpo del fantasma del que se
desprendiera toda una genealogía que participaría en la cura.
Las
encarnaciones del perseguidor también se produjeron cuando comenzaba a seguir a
transeúntes; violencia dicotómica, esquizoide. Con frecuencia perseguía a
personas hasta preguntarles si eran vampiros. En una sesión, señaló: “El bien y
el mal me comprimen.” Otra forma de mostrar este pensamiento dicotómico se
expresaba a partir de la introducción que Cristophe hacía de la dualidad
Yin-Yang, momentos en los cuales él decía que, junto con los vampiros, el Yang
llegaba al atardecer; menciona que en una ocasión el yang le había dicho: “Mi
padre puede ser asaltado, mi madre puede ser violada, mi hermano puede ser
secuestrado.” Recordemos, además, que este discurso era el delirio paterno.
Del delirio al objeto: La construcción de un cuerpo
A la
mitad de un episodio delirante, mientras hacia un cigarro de marihuana,
Christophe había visto un brazo en el cigarrillo; a partir de esa imagen, se le
había ocurrido una técnica que consistía en hacer muñecos con cinta adhesiva. La
construcción de muñecos y la evolución en la forma de construirlos, así como su
función, se convertirían en una estrategia fundamental para contener los
episodios delirantes; un pasaje a través del cual pudo ponerse en objeto la
realización del deseo. Los nombres de los primeros muñecos se componían de
neologismos, tales como Shadooka y Jagnob. Al principio de la construcción de
los muñecos, Christophe había tenido la certeza omnipotente de darles vida, es
decir, una manera de asumirse como un Dios.
El primer muñeco que
Cristophe trajo al consultorio fue una gárgola de grandes dimensiones. El
artefacto no estaba terminado, le faltaban los pies y las manos, aunque contaba
con senos. Christophe menciona que cuando pudiera ponerle pies y manos, él se
sentiría mejor. A la siguiente sesión, llevó la gárgola con cabeza, además de
un ángel y un hombre sin cabeza. Después de algunas sesiones, a la gárgola ya
terminada y pintada de rojo, la llamó Yang; a la figura humana, la llamó Ying; y
a otra figura humana, mitad roja y mitad amarilla, la llamó Ying-Yang. Al
principio, los cuerpos de estas figuras eran rígidos y desarticulados; después,
la técnica había evolucionado. Lo que Cristophe llevaba a las sesiones parecía
mostrar, además de una gran habilidad creativa, una manera de restituir el
cuerpo fragmentado del delirio a través de una representación física.
A
cada sesión llegaron nuevos personajes; en una de ellas, me pidió que guardara
los muñecos en el librero del consultorio. Como parte de una estrategia clínica,
propuse que los muñecos tuvieran voz dentro de la sesión, a manera de juego. La
primera regla del juego era darles un nombre propio y escribir sus funciones en
un ‘registro civil’ que juntos instituimos. Por ejemplo, dos sesiones después de
la instauración del ‘registro civil’, llevó a Genshua, un ave con garras con las
que lograba adherirse al suelo: “Él se alimentaba de ilusiones”, explicaba
Cristophe. A la siguiente sesión trajo a Shadooka, cuya función era la de
“guardián del desierto que protege los deseos que pueden aparecer ahí”. Lo más
sorprendente del despliegue imaginario era la riqueza de los contenidos que
llevaba a la sesión y la forma en que cambiaban los horizontes de su discurso:
ese mismo día, comenzó a hablar del odio que sentía hacia su
padre. A la
siguiente sesión llevó al maestro de muñecos, quien a su vez también construía
muñecos. Así, el padre empezaba a ser hablado de diversas formas a través de los
objetos; producía una representación en los objetos y después en las palabras,
lo que le permitía tramitar algunas de las dimensiones delirantes fundamentales,
como lo era la relación con su padre. Cristophe pasaba, por ejemplo, del delirio
de ser dios y dar vida a construir un muñeco que representaba al padre, en tanto
que, desde esta posición, podía crear nuevos muñecos.
Al ser disminuida
la dosis del Haldol y sus efectos secundarios sobre el cuerpo, Cristophe comenzó
a diseñar muñecos con articulaciones más funcionales. La aparición de los
muñecos y sus poderes de contención pusieron en juego lo imaginario de una
manera distinta, en tanto que se distinguía de las formas delirantes y lograba
convertirse en un vector para la cura. Nuestro paciente reagrupó sus muñecos,
por un lado en una generación X y por otro, en la Z, con el fin de combatir a
las presencias persecutorias: había creado una sociedad de aliados imaginarios,
una armada organizada: un corpus social. A modo de un amuleto, un fetiche, en
tanto objeto de poder, era una manera de contener la angustia entre un universo
sin bordes y un ejército imaginario con el cual podía defender el territorio del
narcisismo.
Del objeto al juego: El espacio-tiempo de los
muñecos
La lógica del juego se estableció como una lucha entre los
ejércitos imaginarios y los perseguidores. La armada alojada en el consultorio,
organizada como un ejército, mostraba una forma de lo social, estructuraba lo
social entre lo que le era impuesto y lo que él creaba. Del delirio de dar vida,
pasó al juego de los muñecos. El hablar y escenificar permitió construir otra
dimensión del discurso y redujo el riesgo de un pasaje al acto; esto significa
que se hace un desplazamiento desde el objeto, desde el cuerpo y desde lo social
para poder construir una cura. Entre el delirio y el objeto fetiche se produce
un discurso, el cual da vida a otra forma de significación del delirio y de otra
lógica impuesta en el fetiche como objeto de poder. El juego se escenificó como
una ensoñación (tagtraum), lo cual mostraba la instauración y operación del
preconsciente como una instancia propia de la neurosis; lo que se mostraba cada
vez más en el
espacio de su análisis eran diferentes formas de significación
propias a las tres estructuras psíquicas.
Las sesiones de juego le dieron
un lugar para inventar al otro, quizá tejiendo una red bajo el nombre propio
frente al abismo de lo real. Las historias escenificadas a través de los
personajes recreaban un lugar desde la ficción del sujeto: clasificar, organizar
una armada contra el delirio y con una dimensión de objeto, quizá fetiche. Esto
produjo efectos en su devenir, es decir, en las persecuciones. Los muñecos
atestiguaban el cambio de estatuto desde lo alucinatorio hacia un lazo social
que permitía tejer desde otra lógica; es decir, pasar de la invasión del Otro
del goce infinito hacia la posibilidad del otro como semejante.
El
consultorio llegó a alojar más de 100 muñecos de toda índole: antropomorfos,
gárgolas, dragones, etc. Una vez que estos objetos mostraron su eficacia,
Cristophe hizo aparecer la generación X, comandada por Espectro y Brian Gesto,
dos personajes inventados por él. Brian Gesto se alió con los mutantes para
cambiar al mundo. La historia de esta generación, según Cristophe, es la
siguiente: “Una dama estaba a punto de ser asaltada cuando Espectro salió de una
coladera para defenderla y fue en ese lugar en el que Brian Gesto lo vio y lo
siguió hasta que le dijo que se uniría a su causa. Ellos lucharán desde las
alcantarillas y lucharán por un mundo mejor”. Esto muestra una dirección de la
cura en donde parece mostrarse una posibilidad de lo que signifique ese “mundo
mejor”.
La genealogía de los muñecos iba en constante aumento; Cristophe
organizó diferentes comandos para ampliar su territorio: después de la aparición
de la generación X, surgirían el comando Europa, constituido por Alejandrina,
los primeros indicios de sexuación en la forma de una muñeca mujer; Altera;
Carlos, el más joven; Azo, espía americano que informaba a la generación X todo
lo que el Pentágono decía; y Z-3, un robot creado por los hombres, encargado de
escribir la historia.
Del juego al sueño: La puesta en acto de la
dimensión imaginaria
En una de las sesiones apareció un “yo
soñé,” lo cual fue importante porque el discurso de Christophe había tomado el
rumbo de la realización del deseo por diferentes caminos: delirios, fetiches,
juegos, ensueños, y ahora el sueño. Esto pareció mostrar que la cura pasaba por
diversas formas de significación, propias a las tres estructuras clínicas. A
partir de ese momento, Christophe comenzó a llevar sueños cada sesion. Los
muñecos aparecían como parte del contenido manifiesto de los sueños, lo cual
mostraba la forma en que se tejía un discurso entre las estructuras. Poco a poco
la idea omnipotente del pensamiento psicótico de dar vida fue cambiando hasta
jugar-hablando a través de los muñecos.
Alguna vez se había soñado
Christophe con un ventrílocuo que le enseñaba cómo hacer hablar a los muñecos.
En esa misma sesión, llevó una pesadilla que parecía mostrar la angustia de
castración: “Un equipo de peces voladores jugaba al basketball en el aire contra
un equipo de pirañas que perdía el control y comenzaba a atacar al público. Salí
por un corredor hasta que atravesaba un camino que me llevaba hasta el mar en
donde construí un pulpo. Un chupa-sangre apareció y comenzó a luchar contra el
pulpo y el vampiro comienza a ganar. Después construí un pulpo mucho más grande
y esta vez él ganó contra el chupa-sangre. Yo dejé después al pulpo en el mar y
en un lugar seguro”. Ahora las sesiones tenían como espacio el juego, el sueño y
un discurso capaz de articularlo a él y a los otros; los períodos alucinatorios
disminuían en frecuencia e intensidad; parecía vislumbrarse cada vez más un
proceso secundario, algo del goce
que se regulaba como un paso de la épica a
la ficción.
El sujeto también es ficción, aquello que se teje a partir
del nombre y tiene como efecto un corpus genealógico. La fantasía da cuerpo al
nombre en tanto que el yo está construido como un cuerpo. En las psicosis, el
cuerpo está fragmentado; por ello, en la clínica se apuesta a realizar remiendos
a un cuerpo desarticulado. Los caminos de la cura se van tejiendo entre el
paciente, el analista y quienes participen en el caso. Así, en esta clínica no
sólo se juega el no-lugar del analista, sino además un juego de transferencias
distinto con cada uno de quienes intervienen en el tratamiento de una forma
articulada; a su vez una apuesta hacia lo social. Podemos ubicar aquí un punto
crucial: la transferencia se dirige desde el analista, los acompañantes y el
psiquiatra hacia el paciente. Estas transferencias están íntimamente ligadas al
análisis de cada miembro del equipo, mientras que el proceso y lugar que cada
quien le da a su propia locura
tendrá efectos definitivos sobre el paciente.
Aquí, entonces, existen al menos dos formas de trabajar la fantasía: una
perteneciente a los tratantes y otra al paciente, de modo que la escucha de cada
integrante del equipo se funda en su propia subjetividad.
Durante los
episodios delirantes, la transferencia toma la forma erotomaniaca y todo el
exterior es efecto de las formaciones del delirio, tales como son voces, sombras
y cuerpos que habitan al mundo desde la certeza. El sujeto en tratamiento no
delira todo el tiempo; pareciera tener la posibilidad de lo simbólico, a partir
de lo cual es capaz de crear su propia cura aún con desfiladeros, vacíos y
caídas. Aun cuando las formas estructurales tocan todo el discurso en el devenir
del tratamiento, se presenta una lógica que llegará a cambiar durante el
tratamiento. La pregunta insistente se refiere a la forma de la cura, pues este
caso muestra el pasaje por al menos tres formas de significación: forclusión,
denegación y represión. La pregunta que insiste, habla de la cura, pues al igual
que los místicos, los psicóticos en análisis parecen pasearse por lo eterno y
reincorporarse. Con Christophe seguimos en la
lucha.
Segundo Articulo
Juan Manuel Rodríguez
Penagos
Del destino al destinar: apuntes desde la soledad
La
clínica del acompañamiento comienza con una cierta sensación abismal en la
escucha, dimensión en la que generalmente se dice más por lo que se muestra que
por las palabras. Ahí, la apuesta por el sujeto es el único vector que parece
perfilar una dirección de la cura. Este proceso inicia, habitual aunque no
exclusivamente, con la llamada de un familiar al analista para que, desde ahí,
pueda tejerse un dispositivo capaz de producir aquella contención necesaria para
comenzar un tratamiento. Sabemos, además, que aquello inscrito como ley en el
discurso delirante es necesario para refundar al sujeto y, sin embargo, a veces
no hace falta. Para poder ir caso por caso, es necesario escuchar al sujeto aún
delirante, sin anteponer un saber, de modo que alcancemos escuchar el espacio de
la cura.
El trabajo en conjunto entre el analista, el psiquiatra y el
acompañante* (a quien nos referiremos de aquí en adelante como el “A.T.”)
permite tramitar el tratamiento de un paciente por un camino multidisciplinario;
en los momentos agudos de la crisis, las reuniones clínicas son un factor
sine-qua-non de este tipo de tratamientos, lugar en donde cada quien establece
una estrategia de la cura con algunos horizontes compartidos. El encuadre típico
propuesto por Freud para las neurosis, no es suficiente para la clínica de las
psicosis donde impera la significación unívoca; es decir, el sujeto no puede
dudar ni producir un espacio para la palabra. Así, las interpretaciones quedan
fuera de la productividad del paciente, por lo que el puro acto de escuchar
puede hacer reaparecer al otro; la presencia real del acompañante apuesta a ser
reconocido.
El abordaje en la clínica biologicista deja al psicótico con el
estatuto de objeto, pues funda la etiología en el mal funcionamiento de un
órgano, dejando de lado las diferencias entre cada paciente. Cabe señalar que no
toda psiquiatría es así. En este contexto, el psicótico queda en un doble
encierro: el primero se produce cuando el desencadenamiento del delirio comienza
a imponerse, es decir, el sujeto desaparece con la exigencia de las
alucinaciones; el segundo encierro se produce cuando en el lugar del nombre
propio, aparece la nosología psiquiátrica como primordial en el narcisismo del
paciente, quien asegura su lugar de objeto y la consecuente pérdida de la
posición subjetiva -para algunos pacientes es más importante el diagnóstico que
el nombre propio. La psiquiatría es fundamental en estos tratamientos, sin
embargo su eficacia está sujeta, como cualquier otra disciplina, a la forma de
escuchar.
Desde ahí es que aparece el acompañamiento terapéutico como una
nueva disciplina fundada en la necesidad, como un desafío clínico y social, pues
tiene consecuencias en el destino de un gran número de sujetos.
El campo de
trabajo del acompañante terapéutico se da justamente en aquella relación que se
da primero con un paciente con el estatuto de objeto y después con la
fragmentación del discurso, para quizá después develar a un sujeto, aunque
siempre encuadrado en una relación. La relación terapéutica permite una
reaparición del sujeto en el tiempo y en el ritmo de lo posible. La eficacia de
la relación estriba en que el devenir puede invitar al paciente a ocupar otro
lugar en un compromiso de dos; reinaugurando lo social a través de un lazo
terapéutico. El fin del acompañamiento puede articularse desde la relación
terapéutica como algo que debe ser finito, desde un encuadre y como parte de la
cura, pues si el acompañamiento se vuelve permanente, se instala una
transferencia que tiende a perder su poder y su eficacia. Este escenario
permite una dirección de la cura desde los actos, es decir, a partir de lo
cotidiano.
El acompañamiento terapéutico tiene como punto de partida dar un
estatuto social al delirio del paciente, pues al ser escuchado, éste reinaugura
la posibilidad de un lazo, dado que es desde esta dimensión social donde se
produce el espacio de la cura. La responsabilidad de un tratamiento se comparte
en el equipo. Sin embargo, el acompañante es quien lleva mayor responsabilidad
de lo cotidiano, debido a que están en juego su propia transferencia y su
escucha. Desde un principio, la apuesta incluye la política de un llamado al
sujeto desde sus propios espacios. El trabajo de dos para el devenir de la cura,
compromete al paciente de una manera social; el acompañante terapéutico puede
hacer recordar la condición social del paciente al devolverle la mirada; es un
embajador del otro en tanto que articula una clínica donde sus efectos pueden
proponer nuevas formas de alteridad.
La posibilidad ambulatoria de los
acompañantes permite circular en espacios donde se pueden producir actos a modo
de apuesta terapéutica. Un lugar esencial para el trabajo es la casa del
paciente; la circulación por los espacios familiares del acompañado permiten
actos cuyos efectos regulan de manera diferente el comercio familiar; por
ejemplo, la hora de la comida con la familia. Asimismo, la clínica de las
psicosis hace necesario un trabajo con la familia, donde el paciente paga la
factura de esa locura genealógica. El devenir de la clínica, permite dar cuenta
de los cambios en la circulación de la pulsión de muerte en el contexto
familiar; es decir, cuando un paciente deja de delirar, puede comenzar a hacerlo
otro miembro de la familia. Algunas veces ese destino lo ocupa el padre.
El
psicoanálisis y el acompañamiento comparten una propiedad: ambos se producen
como una relación artificial y, en ese sentido, ambos tienen un carácter
sui-generis; en la clínica freudiana, la transferencia lo convierte en un
espacio para la aparición del otro, en donde el analista se presta para que el
otro lo invente desde su discurso. En la clínica de las psicosis, la
transferencia comienza en el lugar del analista, del psiquiatra y del
acompañante, y opera desde la forma de escuchar cada delirio en su singularidad.
Al iniciar un tratamiento en un momento agudo, el A.T. generalmente es necesario
como una contención frente a un sujeto en calidad de objeto que no tiene forma
de reconocer al otro.
La relación terapéutica comienza como efecto de una
intervención del analista. Este contexto de inicio se desprende de las
condiciones en las que el paciente llega a sesión. De esta manera, el número de
acompañantes así como los espacios en donde trabajará el A.T. conforman la
propuesta del analista, quien apunta a producir un espacio ambulatorio de
contención y de escucha. En este sentido, el equipo de acompañantes se convierte
en un dispositivo social hacia el paciente y la apuesta se centra en hacer
circular de otra manera la pulsión de muerte.
El acompañamiento terapéutico
puede comenzar aun desde el hospital, momento en el cual la salida gradual del
paciente permite el regreso al espacio propio. La estrategia puede representar
un lazo social mediante el cual la relación introduce algunas posibilidades
nuevas al paciente; la alianza que se produce, le abre el camino de retorno a lo
social, pero quizá de una manera que no signifique perder la propia
subjetividad. El A.T. puede instrumentar, desde un inicio, una ruta trazada por
el paciente; a veces poder ir al cine es más importante que emprender un viaje,
sobre todo cuando esto sucede por primera ocasión. Es ahí en donde la
transferencia, puesta en juego en los espacios imaginarios de lo cotidiano,
produce alianzas poderosas, pues estos lugares formaban parte del territorio de
la soledad.
El trabajo en equipo respalda la forma en que cada quien escucha
desde lugares transferenciales distintos. Así, el delirio y la estrategia de la
cura se tejen en reuniones de las cuales se desprende una apuesta terapéutica.
Allí, la planificación en el proyecto de acompañamiento con cada paciente viene
a responder a lo que será la función de este lazo, estableciendo ya una
dirección de la cura como desafío de dos con un carácter social. La meta no hace
el camino, pues desde lo cotidiano, se trata de que el A.T. aparezca en donde se
produce una gran dificultad por parte del paciente en el reconocimiento del
semejante. La clínica freudiana plantea la dificultad que representa la
transferencia psicótica, pero esta es solamente una de las diferencias que tiene
la psicosis por sobre el dispositivo clásico del psicoanálisis. Vale la pena,
por lo tanto, mostrar algunas precisiones desde la clínica de las
psicosis.
La primera puerta que se abre nos muestra una posibilidad clínica;
situación en donde quizás después de escuchar, puedan producirse espacios hacia
los cuales encaminar una estrategia. En este sentido, el A.T. puede representar
una forma de intervención conjunta que tenga el equivalente del valor de una
interpretación en el psicoanálisis de las neurosis. La ausencia del proceso
secundario hace que el tratamiento se desarrolle a partir de los actos, como una
manera posible de intervenir desde el registro de lo real. De esta forma, la
presencia real del acompañante es un borde y, poco a poco, esa frontera se puede
convertir en camino; el primero que nos llevará de regreso a un lazo social
posible. El tratamiento imposible se da al esperar lo que un paciente en
psicosis no puede ofrecer. Al principio de algunos casos ha sido más importante
el trabajo a través de los objetos, sólo después aparece la palabra y, con ella,
un sujeto de la historia.
El campo de lo posible también lo podemos señalar
desde la transferencia, es decir, el paciente psicótico desarrollará hacia cada
miembro del equipo una transferencia especifica. Sin embargo, el riesgo lo
encontramos en la posibilidad de un devenir perseguidor. La otra parte de la
transferencia se juega del lado del equipo tratante. Así, podemos afirmar que
también están en juego la subjetividad del analista, de los acompañantes y del
psiquiatra hacia el paciente. Estas transferencias hacia el delirio, están
íntimamente ligadas al proceso de análisis de cada miembro del equipo; el
proceso y lugar que cada quien le atribuya a su propia locura, tendrá efectos
definitivos sobre el paciente, pues se expresa en la forma de escucharlo.
La
formación de cada miembro del equipo en aquello que se refiere a la teoría que
sustenta su práctica, viene a constituir otra forma de poner la transferencia
hacia lo que escuchan. No se trata de reducirlo a una explicación nosológica del
paciente, sino que se trata de crear un espacio de escucha en donde un paciente
pueda sostenerse por medio de sus palabras, sin la necesidad de un pasaje al
acto. La transferencia también involucra la intuición, una apuesta hecha en
actos.
En este sentido, la forma en la que se juegan los silencios es una
dimensión importante. Aun si parece paradójico, es fundamental escuchar los
silencios desde esa intuición de la escucha; por ello es posible decir que se
escucha desde el cuerpo. Más precisamente, no sólo trabaja nuestro saber
consciente, sino que solamente se puede trabajar si se introduce el cuerpo como
sostén del tratamiento. Este saber inconsciente puesto en juego se expresa en la
forma de las fantasías; en ello radica la principal diferencia. El equipo no
puede ni debe co-delirar. En cambio, las fantasías que se producen en cada
miembro del equipo permiten un trabajo a posteriori de develamiento. Las
fantasías sobre un delirio permiten una elaboración que puede devolver algunos
efectos sobre el devenir del paciente.
La ley comienza a reinstaurarse desde
esta relación con el A.T. Al haber dos, debe haber una frontera que aparece al
mismo tiempo que se produce una silueta del otro. Pasar de la lógica del uno a
lo múltiple, permite la emergencia de lo simbólico; en el deambular se trazan
las primeras formas de lo social y de la historia. Si la estrategia del A.T. es
un regreso a lo social, los espacios públicos son un territorio donde se podrá
desplegar una estabilización. Por ello, cada espacio de acompañamiento tiene el
desafío terapéutico de inventar, uno a uno y a partir de su relación, una forma
posible de lo social.
La lógica de dos permite el ejercicio de la ley donde
el encuadre viene a ser un modelo a seguir. La hora y el lugar de la cita
comienzan a ser una manera de asegurar el lugar del otro como una forma de
compromiso social. El goce del Otro siempre apuesta a romper este encuadre, pero
la relación terapéutica permite un tipo de función de testigo y actor en esos
senderos que devienen historia. El inicio de un acompañamiento con un paciente
agudo suele ser una forma de mezclar la escucha del A.T. con la épica que se
produce en el delirante; el resultado es una suerte de relación quijotesca donde
las batallas ya no se juegan desde la soledad.
El encuadre en la dirección
de la cura viene a ser una puesta en práctica de la ley. En principio, el pacto
consiste en aquel espacio en donde se comparte y se juega la palabra, pues los
actos se desprenden de este intercambio. La ruta y el ritmo de la cura los
señala el paciente. El A.T. se convierte en una forma del semejante; mientras
que el delirio se dirige al Otro, el A.T. sólo puede funcionar como otro. Al
marcar la diferencia, también aparece un territorio del semejante.
El devenir
de un tratamiento se desprende de la eficacia del testigo para poder hacer
aparecer actos que dejan huella en la historia, desde aquello que proponen
Deleuze y Badiou como un ‘acontecimiento’. Este tipo de intervenciones pueden
considerarse ‘locas’ en lo social, aunque lo único importante es la
significación que le dé el acompañado al acto. Así, por ejemplo, es posible
hacer la letra de una canción dentro de una escultura en un parque de la ciudad,
o tocar el saxofón mientras se cantan salmos en una plaza publica. La dirección
de la cura puede incluir algunos de los mencionados espacios de lo social. La
estrategia es producir una travesía por los espacios excluidos anteriormente,
donde el A.T. deviene un continente.
La clínica sorprende si podemos
escuchar. A veces un paciente puede cambiar su discurso, pasar de delirar a
soñar planteando en el camino preguntas fundamentales sobre su estructura. En
algunos casos, las formaciones de lo inconsciente van cambiando de modo que
pareciera más clara la lógica de una sola estructura, la estructura del
lenguaje. ‘Saber menos’ permite escuchar más y dejarse sorprender, darse tiempo
para comprender, dar inicio arbitrario a un tiempo lógico, a una palabra que
espera una repuesta y en cuyo proceso los abismos íntimos resuenan al escuchar
al otro. Esto puede ocurrir ya sea desde el A.T. o el acompañado. Finalmente,
desde el comienzo fantasmático de estos casos, al equipo terapéutico se le
permite aparecer como un boceto, una silueta en el regreso del paciente desde el
lugar donde perdio su mirada, su propia
infinitud.
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Ciudad de México,
19/oct/2011.
*A.T. - Acompañante Terapéutico
Desde la Fundación no pretendemos representar a nadie, no entablamos conversaciones políticas, ni institucionales en nombre de ningún colectivo, trabajamos arduamente en toda Latinoamérica para el reconocimiento y valoración del Acompañamiento Terapéutico, por que estamos convencidos que es la unica manera de enaltecer nuestra profesion
.
jueves, 20 de agosto de 2015
martes, 11 de agosto de 2015
martes, 4 de agosto de 2015
El / La Orden: un fantasma en el sendero de la Cosa.
Estimados colegas, el día 5 de octubre del corriente, nos visitara desde México el lic. Juan Manuel Rodriguez Penagos, quien junto con el Lic Gustavo Rossi estarán brindando una charla en el hall central de la Sub Secretaria de Planifcación de la Salud del ministerio de salud de la pcia de Buenos Aires, sito en calle 51 nº446//La Plata. Para inscripciones enviar mail a ciat@live.com.ar o a vladimiroch@hotmail.com. Saludos
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